Post Publicado el Lunes 23 de Febrero de 2015
Hoy os traigo un post un poco diferente en el que os explico cómo viví mi primer maratón hace ahora poco más de dos años. Fue el 11 de noviembre de 2012 y aquella experiencia fue de crecimiento personal y deportivo. Aprendí que lo que nos impulsa a ser mejores son los retos que nos vamos encontrando, enfrentarnos a ellos y superarlos. Pero sobre todo, aprendí que querer es poder y poder es conseguirlo.
En esta entrada, muy especial para mí, haré una reflexión de todo lo que aprendí a partir de mi primer maratón, una experiencia vital que recomiendo a todas las que os gusten los retos personales y deportivos. Así que allá voy!
Mi primer maratón fue en Atenas. Escogí esta ciudad porque quería vivir la experiencia pero además quería hacerlo con un contenido histórico. Quería hacer el mismo recorrido que hace más de 2500 años recorrió el soldado Filípides para anunciar que los griegos habían ganado a los persas. La verdad es que solo de pensarlo me emocionaba, y he de reconocer que durante la carrera, recordé en más de un tramo su hazaña. Filípides me dio ánimos a seguir y a no abandonar, lo confieso!
Superación física
A nivel físico fue un reto en todos los aspectos. El día previo a la carrera, tenía un dolor muy agudo en la rodilla izquierda y Joan, mi pareja, me recomendó no hacer el maratón. La realidad fue que me negué, quería hacerlo, había entrenado muchos meses y no quería dejarlo a medias,... así que la opción B fue una inyección de Voltarén que me puso poco antes de la salida. Ese fue mi punto de partida, objetivamente, poco óptimo para llegar a la meta. El dolor de la rodilla se debía a que el entreno lo había hecho sin ningún tipo de cuidado, con bambas inadecuadas, sin visitar a un podólogo deportivo, todos los kilómetros del entreno los hice sobre asfalto, casi no estiraba, no hacía calentamientos,... No había cuidado las articulaciones y aquello fue un error!
En el kilómetro dos, cuando no quería pensar en la rodilla ni imaginarme la idea de abandonar, tropecé con una valla de metal. Iba inmersa en mis pensamientos, me acerqué demasiado y mi pie izquierdo se abalanzó sobre una de ellas. Dolió, dolió muchísimo, pero en ese momento pensé: “¡Olvídalo, no pienses!” y seguí dando zancadas. No quise que el dedo me estropeara la carrera y "lo abandoné" en el segundo kilómetro de mi trayecto desde Maratón. Lo volví a recuperar seis horas después en el apartamento, donde pude comprobar que el golpe había teñido de sangre el calcetín y la bamba y que una herida cubría buena parte del dedo.
Fruto de los nervios, en el kilómetro noveno, tuve descomposición estomacal. A cada hectómetro que recorría, veía como los chicos se escondían tras las matas a hacer sus necesidades. Pero yo no podía, necesitaba algo más que un arbusto. Hasta el kilómetro 14 no apareció la primera cabina con lavabos, pero la cola era de diez minutos y no quería parar. Mi objetivo era acabar la carrera sin descansar ni caminar. Tenía que hacerla corriendo todo el rato, así que pese a que me descomponía, tenía retortijones y el estómago me avisaba a cada minuto con agudas patadas, decidí no parar. Pensé que en un momento de máxima urgencia, podría desviarme y aceptar una mata (y sus hojas…).
En el kilómetro 16 aparecieron los siguientes servicios, pero seguían con cola y tampoco paré. Así que no fue hasta el kilómetro 20 que llegué a unos servicios que estaban vacíos. Fue rápido, increíblemente rápido. Entré y salí, fue así… solo tuve tiempo de abrir el grifo para lavarme las manos y salir disparada hasta alcanzar mi grupo.
Alcancé a mis compañeros en el kilómetro 21,5. Hice el ecuador junto a mi amiga Helena, mi gran amiga griega, fue mi compañera de entreno en la distancia y un gran apoyo ese día. Los maratones tienen algo especial y también refuerzan amistades… Helena será una amiga siempre, aunque la tenga al otro lado del Mediterráneo.
Ya sólo quedaba la mitad, estaba tan renovada que sabía que la acabaría. Acabábamos de pasar uno de los tramos más duros de subida y además ya no me dolía el estómago. La carrera era mía. Estaba segura.
El segundo maratón más difícil
Si algún adjetivo podría describir hacer un maratón creo que sería EMOCIONANTE. A nivel físico, porque sientes los músculos que has sentido siempre, pero esta vez los notas con un calor más intenso. Pero también, descubres zonas del cuerpo que no habías sentido hasta ahora. Era la primera vez que corría tantos kilómetros, así que puntos de mis piernas y de mi espalda que no había notado hasta ahora, en este trayecto dieron sus primeras señales de vida. Me reconfortó descubrirme a nivel muscular.
El maratón de Atenas es uno de las más duros que hay en todo el mundo por diferentes motivos. El primero, porque no tiene más paisaje que una carretera recta y fábricas a lo largo del recorrido. Segundo, al ser entre ciudades, hasta el kilómetro 35 no tiene mucho público y por tanto, las palabras de ánimo de la gente son escasas en comparación con otras carreras de la misma categoría y por último, el terreno consta de grandes variaciones de nivel, muchas subidas de larga de distancia, que acaban haciendo que el cuerpo se resienta más de lo habitual.
El muro
Del kilómetro 27 al 34 venía el último ascenso de la carrera. Eran los siete kilómetrtos más duros porque discurrían justo en el temido muro del maratoniano (momento en el que muchos abandonan). Esta vez los hice sola, porque mi compañera Helena se quedó atrás con Christos, otro amigo griego.
Entonces, decidí colocarme los cascos que había reservado para el momento más duro de la carrera. Continuamente, sonaba Mecano y pensé en mis hermanos. Pese a que la lista de reproducción era aleatoria, de continuo, sonaba este grupo. La música, me trasladó al verano que, siendo muy pequeños, pasamos todo el mes de agosto en un apartamento en Formentera. Ese mes el cassette azul marino del grupo sonó a todas horas en el apartamento. Fui pequeña de nuevo y vi a mi madre asomada en el balcón, mientras nos bañábamos. Tuve ganas de llorar. Pero todavía no lo hice, faltaban algunos kilómetros.
Estaba haciendo la subida más fuerte, pero a cada grado que mi fortaleza física descendía, la mental ascendía en la misma simetría. El entorno me ayudó muchísimo. Personas anónimas que sin saber quién era, leían mi nombre y decían: “Bravo Bàrbara”, personas que extendían su mano para que se la tocara, miradas de admiración de niños y no tan niños y palmadas en la espalda. Era tan emocionante que tuve ganas de llorar. Pero no lloré, todavía faltaban algunos kilómetros…
Pensé en mis padres, en mis abuelos, amigos, familia, compañeros del gimnasio, en mi pareja… Pensé en todos. Tuve muchos metros para dedicar mis pensamientos a todas las personas que en algún momento me mostraron su afecto, me dieron ánimos y me apoyaron. GRACIAS, MUCHAS GRACIAS! Pero también me acordé de aquellos que apuntaron que no podría hacer este maratón. Durante mis entrenos, estas negativas fueron las que me dieron más fuerzas a continuar con mi reto. Así que a todos ellos muchas, muchas gracias.
Ya estaba en el kilómetro 34. La subida más fuerte y la última ya era mía. Las suelas de mis bambas habían devorado cada centímetro de aquella subida. Sólo me quedaban 7 kilómetros que, a una media de 6’30” minutos, acabaría en unos 45 minutos. Llevaba cuatro horas y media corriendo, y ya lo que quedaba era nada. Pronto superaría mi gran reto personal.
Volví a mis tiempos de instituto
Me acordé de mi profesora de Griego y Cultura Clásica del instituto, Beatriz Pérez Herrero, qué gran mujer! Rememoré las historias de los Dioses del Olimpo y cómo durante cuatro años supo revivir esta lengua muerta, a la que tanto debemos todos los que hablamos lenguas románicas, el griego. Sus clases me sirvieron para despertar mi curiosidad por ese alfabeto, sus innumerables diptongos y su pronunciación agresiva.
Durante años cada vez que compraba un producto de la cadena DIA, intentaba leer los ingredientes que la compañía traducía al griego. Esa lectura rápida y muy errática, desde los 17 años, había sido mi único contacto con esta lengua. Sin embargo, 13 años después, el día de mi gran maratón sirvió para distraerme y desconectar mi mente del cuerpo mientras iba leyendo los carteles. Más bien, iba uniendo sonidos que reproducía en mi cabeza a través de eufonías que para mí eran sólo eso, sonidos agradables sin ningún tipo de significado. Pero como mínimo, sirvieron para que mi cuerpo en automático, fuera quemando metros sin que me diese cuenta.
Ya estaba en el kilómetro 37. Este fue uno de los kilómetros más especiales de toda la carrera.
Mientras iba restando los metros y disfrutando del entorno, pensanba en la ilusión que me habría hecho que mi familia me esperara en la meta para darles un fuerte abrazo y decirles que les quiero. En ese momento, apareció de entre la multitud Joan, intentando hacerme una foto. Qué gran momento! No pude evitar avalanzarme sobre él y darle un fuerte beso, había aparecido cuando menos lo esperaba y quizás cuando más lo necesitaba.
Acto seguido, cuando me despedí de él, un niño que estaba unos metros más adelante, salió a mi encuentro, extendió su mano y me entregó una rama de olivo. La cogí y la sujeté hasta la meta, todavía la guardo en una cajita de recuerdo. En ese momento, lloré! Ese pequeño y Joan no tenían ni idea de todo lo que habían movido dentro de mí! La gente me observaba y gritaba: “¡Bravo Bàrbara!” y no me daba vergüenza, estaba contenta y orgullosa de estar en el kilómetro casi 38, con tanta fuerza, con tanta energía, tan feliz y disfrutándola tanto.
Seguí devorando metros y veía como gente caminaba, como algunos corredores extasiados paraban para pedir a los voluntarios mantas porque tenían frío o bien, como otros subían al autobús que recogía a aquellos que abandonaban. Sus caras lo decían todo. Estaban decepcionados.
Así llegué al kilómetro 41, donde un grupo de una treintena de jóvenes alzaban y ondeaban banderas de países, busqué la mía y allí estaba!! Grité y la joven en griego me respondió y me devolvió una sonrisa. Seguí calcinando metros a mi ritmo de 6 minutos con 30 segundos y ya veía la meta. Miles de personas mirando, gritando, aplaudiendo. Todos compartían con los corredores el emocionante momento de estar acabando.
El kilómetro 42,195 llegó y respiré hondo antes de cruzar la meta. Me había superado y había vencido mis dolores y mis miedos. Ya era una maratoniana!
El maratón en la vida cotidiana
¿Cómo trasladé esa experiencia a mi día a día? Cuando acabé la carrera, no tenía ni idea de lo que sucedería después. Pero fue mágico.
Dicen que los corredores de largas distancias están hechos de otra pasta. Yo me convertí después de aquella carrera. Después de recorrer la distancia que separa Maratón de Atenas, puedo asegurar que cambié y que crecí como persona.. Ahora soy más fuerte y consciente que puedo superar los retos que me proponga, con esfuerzo, pero que podré hacerlo!!
Así que chicas, a las que estéis pensando en hacer un maratón, os animo a que lo hagáis!! Muy pronto os presentaré un entreno, pero antes de daros el entreno, quería explicaros cuál fue mi experiencia. Espero que os haya gustado y animado!!
En la imagen, mi amiga Helena y yo al acabar nuestro primer maratón
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