Lo que crees, creas

Muchas veces no podemos entender por qué vivimos ciertas situaciones o pasamos dificultades antes las cuales no encontramos solución o no sabemos cómo actuar. El ejercicio que deberíamos hacer es pararnos a pensar qué estamos proyectando para atraer ese tipo de situaciones.

PORQUE LO QUE CREES, CREAS

Y es que, como ya hemos comentado varias veces en Cuido de Mí, somos co-creadores de nuestra realidad.

Por supuesto, esa proyección sucede, en su mayor parte, a un nivel inconsciente, debido a todas esas creencias que han quedado allí instaladas. Y que nos condicionan en todo aquello que pensamos que no podemos lograr, o que no somos capaces de hacer, o incluso que no nos merecemos.

Para ilustrar esto un poco mejor, aquí te dejo el cuento del monito Bob:

EL MONITO BOB




Había una vez un mono llamado Bob. Bob era un monito como otro cualquiera.

Aunque sus padres no le dejaban hacer muchas cosas que hacían los demás monitos de su edad. No solía ir a jugar con los demás monitos, pues los padres temían que se pudiera caer y hacerse daño, o que se perdiera de árbol en árbol, o que viniera un lobo y se lo comiese.

A Bob cuando era pequeño no le importaba que no le dejasen ir a jugar con los demás monitos, pues prefería estar en brazos de su mamá, pero cuando fue creciendo y veía como los demás monitos jugaban juntos y saltaban de árbol en árbol, Bob se ponía triste, pues él quería hacer lo mismo y jugar con ellos.

– Mamá, ¿puedo ir a jugar con ellos, por favor? – le preguntaba Bob.

– No, cariño, mejor quédate aquí conmigo, puedes caerte y hacerte daño. Le decía su madre.

– Pero mamá, si yo puedo saltar, ¡mira! – y Bob le enseñaba como lo hacía.

– ¡Bob, para! que me da miedo. Aún eres pequeño. Si quieres hacer algo, dímelo y yo voy contigo.

– ¡Quiero coger una banana! – dijo Bob.

– Mejor quédate aquí con papá, que yo te la alcanzo. – le contestó su madre.

Bob se enfurecía, pero al fin y al cabo, si su madre pensaba que no podía hacerlo, a lo mejor era verdad.

Por lo que se fue acostumbrando a que sus padres le hicieran las cosas. Si Bob tenía sed, su madre iba al lago y le traía agua, si Bob tenía hambre su madre subía a la rama más alta y le traía bananas.

Cuando llego la hora de ir al cole, Bob se puso muy contento y se sentó en la primera rama de la clase para estar más cerca de su profesor. De pronto le entraron ganas de beber y entonces levanto la mano y le dijo al profesor:

– Tengo sed, profesor, quiero que me traigan agua, por favor.

El profesor sorprendido le dijo:

– Bob, si tienes sed, ve al lago y bebe agua.

Bob pensó que el profesor no entendía lo que le pasaba y se lo explico:

– Profesor, yo no puedo ir al lago a coger agua, porque puedo caerme. Yo no puedo saltar de rama en rama, no sirvo para eso.

Cuando escucharon eso, todos los niños de la clase se rieron, y el profesor mandando a todos a callar, le dijo a Bob:

– Bob, tú tienes dos piernas y dos brazos con los que agarrarte a las ramas. Tus piernas y tus brazos son fuertes y están en perfecto estado. No les pasa nada, así que estoy seguro que podrás agarrarte de rama en rama e ir al lago a beber.

Bob que se sentía incomprendido calló y no dijo nada más. Pensó que ya se le quitaría la sed.

Pero cuando llegó el momento de ir al comedor, todos los demás monos saltaron de rama en rama y se fueron al bananero más alto y con más ricas bananas. Bob pidió de nuevo al profesor que le trajeran una banana, que él no podía ir, ya que él no podía saltar, pues si saltaba se caería y se haría mucho daño.

El profesor incrédulo le dijo que si quería ir a comer tendría que intentarlo. Que todos los monos saben saltar porque es como andar para los humanos y que si no lo intenta no lo sabría.

Bob que tenía mucha hambre y sed, se llenó de valor, y se fue a la rama más cercana y saltó. Para su sorpresa vio como se había agarrado a la rama y no se había caído. Así que se dispuso a saltar a la siguiente rama, que estaba un poco más lejos y se agarró también, y así poco a poco empezó a subir. Y sin darse cuenta y lleno de alegría, llego al comedor, donde todos sus amigos y su profesor le aplaudían lleno de orgullo ante aquel monito que había superado sus miedos y sus inseguridades.

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Las leyes del inconsciente

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