Hay lugares que están en tu corazón, no sabes porqué esos y no otros, pero cuando hablas de ellos se te encoje el corazón y tienes que aguantar las ganas de que una lágrima brote de tus ojos para contener la emoción. ¿Os pasó? A mi me pasa con Hondura, una pedanía de Salamanca que sin tener nada lo tiene todo. Apenas cuatro vecinos en invierno y no muchos más en verano, una charca, una iglesia con su espadaña y su cigüeña.
Pero es un lugar que rezuma tranquilidad.
La historia la cuentan las piedras, esas que a modo de dolmen saqueado nos cuentan que hace 6000 años allí ya había quien amaba esas tierras, quién sabía que al entran en Hondura estaba transpasando las puertas que daban a la Sierra de las Quilamas.
Cuando estoy allí, cuando miro sus fotos, cuando siento sus piedras, sé que hay un mundo invisible, al que sólo somos capaces de llegar cuando estamos en paz con nosotros mismos, con la naturaleza y con el mundo material que nos rodea.
Cuando hablo de mindfulness, de ser conscientes de cada instante, mi mente irremediablemente se translada allí, porque allí el tiempo pasa al ritmo que tu marcas, es muy sencillo pasarse la tarde viendo la charla, viendo como las ranas saltan y mis hijos lanzan piedras al agua viendo quien llega más lejos.
La práctica del mindfulness, de estar presente, se puede hacer en cualquier lugar, pero sino estas acostumbrada te invito que busques un lugar perdido en la naturaleza porque la conexión será mucho más sencilla.