El yogur desnatado es un alimento que deriva de la transformación de la leche de vaca, fermentada mediante la inoculación de Lactobacillus bulgaricus y Streptococcus thermophilus.
Estos microorganismos, tanto en el momento de la producción como hasta su consumo, deben estar vivos y seguir siendo vitales. Según la normativa vigente, cuando hablamos de los términos “leche” y “productos lácteos”, las bacterias lácticas deben estar a un nivel no inferior a 10 millones/gramo de yogur.
La misma legislación también proporciona una clasificación en base a la cantidad de grasa de los productos:
Yogur sin grasa contiene una cantidad de menos del 1% de grasa;
Yogur parcialmente desnatado son aquellos de una cantidad comprendida entre 1,5% y 2%.
Yogur entero, contiene una cantidad de materia grasa superior al 3% de su peso.
De todas formas, quisiera recordar que según los últimos estudios realizados el consumo de yogur desnatado no es más saludable que si comemos yogures enteros. Aunque en este post no estoy comparando los yogures entre sí ( a parte de los datos de la cantidad de grasa de cada uno de ellos, obvio) sino el valor del desnatado con la leche en sí.
El yogur desgrasado se puede preparar en casa simplemente con un poco de leche desnatada y enzimas lácticas vivas (fermentos lácticos) que se pueden comprar en la farmacia. La mezcla de leche y fermentos se calienta a 40-45 ° C: esto favorece el crecimiento de los fermentos y la siguiente transformación en yogur.
Para mantener la conservación de este tipo de alimentos es mejor usar leche pasteurizada o bien homogeneizada, al igual que se hace en la preparación industrial.
Características nutricionales
Vamos a ver cuáles son las propiedades nutricionales del yogur bajo en grasa, y cómo y cuándo consumirlo como parte de una dieta sana y equilibrada.
El yogur desgrasado, tal como sugiere el nombre en sí, es un alimento bajo en calorías: una porción de 100 g proporciona sólo 36 kcal. La mayor parte en el aporte energético de este alimento se debe a su contenido en hidratos de carbono y proteínas, que representan el 4% y el 3,3% en peso, respectivamente. Según lo establecido por la normativa, el contenido de grasa debe ser inferior al 1%, en promedio suele ser de un 0,9%.
Desde un punto de vista nutricional, sigue siendo bastante similar a la leche, que es el ingrediente principal del que deriva. Sin embargo, no es del todo igual.
La lactosa, el azúcar que contiene la leche, se transforma y se divide en azúcares más simples, glucosa y galactosa, cuando se da el proceso de fermentación. Estos fermentos lácteos garantizan un discreto incremento en la presencia de aminoácidos esenciales en comparación con la leche, como por ejemplo la niacina, vitamina B3 y ácido fólico.
Respecto al contenido de calcio, entre la leche de la que deriva y el yogur no hay diferencias sustanciales. Esto es una ventaja de la cual también pueden disfrutar aquellos que sufren intolerancia a la lactosa leve. El azúcar de la leche, como ya he comentado, se degrada en gran parte durante la fermentación y este proceso es suficiente para conseguir que las personas con intolerancia leve a la lactosa puedan disfrutar de los yogures.
¿Cuándo y cómo consumirlos?
El yogur bajo en grasas es un alimento de buena calidad nutricional. Y de acuerdo con el modelo de dieta mediterránea sana y equilibrada, podríamos consumir un frasco con un peso de unos 125g puede cada mañana, como parte de un desayuno equilibrado.
Sobretodo cuando lo hacemos en casa y natural, sin fruta ni azúcar industriales. Y más aún si lo servimos con una porción de aproximadamente 40g de granos enteros o fruta fresca. Las grasas y las proteínas del yogur nos aportan energía a largo plazo, mientras que los carbohidratos de la fruta y los cereales nuestro cuerpo los usa en el momento de consumirlos.