Cuando pensamos en nuestra carga genética, nos olvidamos de un componente esencial: ambos extremos de cada hebra de ADN están cubiertos por los telómeros, unos “capuchones” que protegen los cromosomas.
Estas regiones de nuestro material genético se van acortando a medida que pasa el tiempo. La longitud de los telómeros sirve como un indicador del envejecimiento. Sin embargo, hay una sustancia, la enzima telomerasa, que es capaz de proteger e inclusive de reconstruir y alargar los telómeros.
El primer estudio que vinculó la meditación con la actividad de la telomerasa se publicó en 2010. Fue un trabajo de colaboración entre científicos y meditadores dirigido por B. Alan Wallace, un reconocido estudioso del budismo tibetano que fue ordenado por el Dalai Lama.
Elizabeth Blackburn, quien compartió el Premio Nobel 2009 por sus trabajos sobre la fisiología de los telómeros y la telomerasa, es coautora de este estudio, que constató que entre los 30 participantes en un retiro de meditación de 3 meses, la actividad de la telomerasa fue significativamente mayor en los meditadores. Una interesante nota adicional: aquellos que desarrollaron un creciente sentido del "propósito en la vida", organizado alrededor de objetivos claros, tuvieron el mayor incremento en la longitud de los telómeros.
En 2013, Elizabeth Hoge y sus colegas de Harvard estudiaron la longitud telomérica entre personas que experimentaron en su práctica de meditación la bondad, la desinteresada amabilidad y la calidez hacia todas las personas. Tras comparar la longitud de los telómeros de 15 meditadores con la de 22 no-meditadores, los científicos encontraron que los meditadores tenían telómeros más largos después de su práctica.
Más evidencia se produjo el año pasado, cuando un grupo de investigadores del Massachusetts General Hospital y del Harvard Medical Center estudiaron a 37 adultos cuidadores de sus seres queridos con demencia y que, además, estaban ligeramente deprimidos. Quince de los participantes eran meditadores experimentados y practicaron una meditación diaria con mantras durante 12 minutos al día. Veintidós participantes escucharon música relajante durante 12 minutos. Después de ocho semanas, solamente el grupo de meditación tuvo significativas mejorías en la actividad de la telomerasa.
Para cerrar el cúmulo de evidencias que asocia la meditación con la longevidad, citemos un estudio que comparó a 26 meditadores de corto plazo, es decir, que habían meditado sólo 8 semanas, con otros 26 que llevaban años de experiencia. Los meditadores de largo plazo demostraron cambios genéticos que incluían los telómeros más estables y fuertes, según varias medidas genéticas.
Vale la pena la experiencia: la meditación es fuente de longevidad, pero si se asocia con un propósito y con la práctica de la bondad, es capaz de mejorar la calidad de vida del meditador y de quienes lo rodean.
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