¿Cuál es el coste?

Ayer vino otra amiga a comer con nosotros, y me contó que quería empezar un curso gratis de ofimática para a ver si se enteraba de qué iba esto de internet.

Vamos a aprender un montón de cosas —me dijo—.

Yo le dije que era una buena idea pero le sugerí que cogiese una hoja de papel y se preguntara qué quería aprender exactamente.

Quizás, así, se daría cuenta de que en realidad ella sólo quería aprender dos cosas concretas, podría acudir directamente a la fuente de ese conocimiento (la persona que más supiera en ese campo en España, pagando un curso, o comprando unos buenos libros), y así concluir su aprendizaje mucho más rápido y de una manera mucho más profunda y efectiva.

Si es gratis —fue su respuesta—.



Bueno… ayer a mi amiga no le dije mucho más, pero te lo cuento hoy a ti, por si te interesa.

Existe una pregunta que nos tenemos que hacer continuamente.

Continuamente.

Y la pregunta es:

¿Cuál es el coste?

Como diría Jim Camp en lo referente al propósito y la misión, ¿Cuál es el coste? Es una pregunta que nos debería ser tan familiar como respirar.

¿Cuál es el coste de estar 4 meses en una clase con personas que no saben muy bien lo que quieren, aprendiendo algo que no sé muy bien para qué lo quiero, recibiendo las enseñanzas de personas que posiblemente están ahí porque no han tenido el valor de ir un lugar mejor?

No sé, quizá la respuesta es que el coste es muy alto.

¿Cuál es el coste de escribir en una hoja de papel, exactamente las razones por las que me gustaría hacer esta acción?

No sé, quizá la respuesta es 15 minutos de mi tiempo.

¿Cuál es coste de pagar un curso de la persona que más sabe en un campo, para que me transfiera su conocimiento de la manera más eficiente posible y sin interferencias?

No sé, quizá la respuesta es unos pocos euros, unos cientos de euros, o unos miles de euros. O quizás entro en Boluda.com y me entero de que, lo que la clase de ofimática me va a enseñar mal y desactualizado, los profesores que paga Boluda, me lo van a enseñar bien, y actualizado.

¿Sabes? Hollywood, aunque son unos miserables y algún día te contaré por qué, a menudo dice verdades. Fíjate. Minuto 2.51.



Lo que olvidó decir el director de esa película, es que cuando usas tu conocimiento a tu favor, que cuando pones tus recursos a tu disposición, no hace falta que tengas un título para nada y no tienes que servir patatas en un autoservicio.

¿Cuál es el coste? Es una sencilla pregunta que sirve para todo.

¿Cuál es el coste de ir a meditar 10 horas al día 10 días en un retiro de Vipassana?

¿Cuál es el coste de encender el móvil por la mañana nada más despertar? ¿O de tomar un café todo los días? ¿O de irme a acostar tarde en la noche? ¿Cuál es el coste de darme una ducha de agua fría?

¿Cuál es el coste de invitar a salir a la persona que me gusta? ¿Cuál es el coste emocional de no hacerlo? ¿Cuál es el coste de comprar una barra de dominadas, ponerla en casa, y colgarme cada mañana 3 minutos?

Te contaré una última historia. Una valiosa, muy valiosa, para mí.

Ayer, León, el hijo mayor de Yolanta, cogió mi linterna/frontal que uso para la montaña y se puso a investigar la casa con esa luz.

El problema, o la gracia, es que era de día.

Él sólo la cogió porque le llamaba la atención y porque, joder, es un niño y a los niños les mola coger cosas.

Y mi primera reacción fue ir a por él corriendo, coger la linterna y esconderla.

Pero justo, justo antes, me pregunté: ¿Cuál es el coste?

¿Cuál es el coste de que León, que está estresado, que está en un ambiente que no conoce, que acaba de salir de un maldito país en guerra, coja la linterna y explore de día?

El coste es que se acaben las pilas. Que yo vaya dando un fabuloso paseo con Pedrita a la tienda más cercana, que compre un paquete de pilas, o cinco, las ponga, y siga teniendo luz para mis paseos por las montañas.

Ese es el coste, y no es caro.

Que León siga siendo niño.

Juan, mi amigo al que menciono más de lo que a él le gustaría, una vez me dijo: mi madre me educó de una manera muy sencilla: siempre y cuando no nos matemos, y que no demos por saco a los demás, somos libres de hacer absolutamente lo que queramos.

¿Cuál es el coste de que se queme? Una quemadura. ¿Y el beneficio? Un aprendizaje para toda la vida.

¿Cuál es el coste de salir de noche con los amigos hasta la hora que quiera mi Juanín? Algún pequeño acto imprudente. ¿Y el beneficio? Una sensación de autonomía y libertad desde temprana edad.

Esto que acabas de leer, quizás no lo sepas, quizás sí, puede hacerte rico. Muy rico.

Tim Ferris te lo explica así: Si mis trabajadores cometen un error de menos de 100 dólares, que no me lo cuenten. Si tienen que tomar una decisión cuyo coste sea máximo 300 dólares, que no me la cuenten. Lo asumo como parte de su aprendizaje.

Y Naval, te lo explica así: Establece una tarifa por tu hora. Si arreglar un problema te supone un ahorro inferior a tu tarifa, ignóralo. Si la subcontratación de una tarea cuesta menos que tu tarifa, contrátala. Siéntete cómodo decepcionando personas cuyas expectativas te comerán la vida, una hora cada vez.

¿CUÁL ES EL COSTE?

En fin. Qué sencillo es todo y cuánto nos complicamos.

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