Pero no le interesa a todo el mundo.
Esta mañana, a las 8, estaba bañándome en el mar de Alicante. Estaba bastante fría. Desde que llegué, hace unos días, no he visto a más de diez o veinte personas en el agua. De cientos, quizás miles, diez o veinte.
Meterse en el agua, interesarse por meterse en el agua, marca la diferencia.
Hace un tiempo escribí sobre El juego de la vida.
Sólo por la frase que cito al principio del maestro George Gurdjieff, esa donde nos explica exactamente qué llevamos haciendo toda nuestra vida sin darnos cuenta, en mi siempre sesgada opinión ya merece la pena leerlo.
Recapitulando, el juego de la vida empieza cuando sabemos que estamos en un juego. Si no sabemos que estamos en un juego, si no tenemos el mando, somos espectadores ciegos, testigos mudos, rehenes sordos, programados para simplemente estar ahí, ocupando espacio, como atrezo barato en un olvidado escenario. Como ir a la casa de un amigo a verle jugar a la consola y que no te deje ni opinar.
Como extras de película barata que se creen actores, que sólo hacen bulto y a los que ni les pagan y que, por no saber, no saben siquiera de qué va la película.
Bien, ¿de qué va todo esto?
Pues que el diseñador del juego lo hizo de tal manera que sea el miedo el que impida al humano saberse parte de un juego.
Cuanto más miedo, más alejado está el humano del mando y menos puede controlar.
Por eso, hablemos ahora de miedo.
¿Qué prefieres, cubrir todo el suelo del planeta con alfombras para no lastimarte si andas descalzo, o ponerte unos zapatos?
¿Qué prefieres, que tus hijos no vean nunca el fuego para que no se quemen, o explicarles cómo cuando y por qué se deben acercar?
Te contaré una breve historia: siempre había tenido miedo a hacer la postura de yoga conocida como Shirshasana (apoyar la cabeza en el suelo e invertir el cuerpo) hasta que un día pensé: ¿qué es exactamente lo que me da miedo? ¿Caerme?
¡Entonces debo practicar la caída!
Y en lugar de preguntarme cómo hacer Shirshasana sin caerme, me pregunté sobre cómo caer correctamente y comencé a practicar las caídas.
Esa decisión, esa pregunta créeme, o mucho mejor, no me creas, lo cambió todo para mí.
Caída a caída, controlada, bajo un propósito, se pierde el miedo a caerse.