Cómo distinguir el hambre de la ansiedad

¿Os acordáis del artículo donde hablábamos cómo el estrés puede afectar a nuestro peso? Os abordamos un tema relacionado; aprenderemos a diferenciar cuándo comemos porque tenemos hambre, de cuándo comemos porque sentimos ansiedad. Reconocer las diferencias entre ambas situaciones nos ayudará a controlar la impulsividad de comer por comer y reducir los riesgos derivados de este comportamiento.

Como ya explicamos en el artículo del estrés y alimentación, el sistema endocrino es el que tiende los puentes entre la parte fisiológica y la parte mental de nuestro cuerpo, posibilitando que ambos vayan de la mano. Otra cosa es que lo hagan coordinada o descoordinadamente, lo que dependerá de lo que hagan sus “mensajeros”, las hormonas.

Así, el hambre es una sensación que aparece como respuesta a una demanda de energía por parte del cuerpo. Explicado de otro modo, cuando el cuerpo detecta que existe una necesidad energética se desencadena un conjunto de señales hormonales destinadas a despertar la sensación de hambre y que así podamos recuperar los niveles de energía requeridos.

Como apunte porque alguien podría pensar qué pasa con nuestras reservas, las cuales suelen acumularse en el hígado y en la grasa, éstas cuestan de movilizar por lo que, primero, se despierta la sensación de hambre y, si no la saciamos, se empezarán a utilizar estas reservas.

¿Es buena idea entonces no comer para adelgazar a costa de movilizar estas reservas?

No, es una idea pésima por varios motivos, pero baste indicar que, en una fase más tardía, si el cuerpo detecta que no atendemos a la sensación de hambre y ya se ha recurrido a parte de estas reservas, da por hecho que estamos entrando en una situación donde es posible que haya poca comida a nuestra disposición y que lo mejor es no despilfarrar estas reservas. El resultado: se pone en modo ahorro, igual que el móvil, reduciendo las demandas y dejando las reservas quietas donde están por si acaso sucediera una urgencia.

¿Problema? Tarde o temprano comeremos y nuestro cuerpo, escarmentado, tiende primero a rellenar los niveles de reservas y luego a recuperar su nivel de gasto energético. Por este motivo es muy posible que incluso ganemos más peso del que teníamos inicialmente: haber ignorado al hambre sólo sirve para que nuestro cuerpo nos defienda del peligro que amenazan nuestra propia supervivencia.

En resumen, tener hambre es una sensación vital y por ello está finamente controlada por nuestro sistema endocrino.

¿Qué hay de la ansiedad?

Ésta es otra sensación, pero que surge en situaciones que requieren estemos en tensión, concentrados y alerta. Es curioso, porque en condiciones normales, si estamos ansiosos por tener que enfrentar una situación de peligro, lo último que pensaríamos es en comer, por si acaso tenemos que abandonar el sitio a toda prisa. Imaginémonos estamos delante de una puerta cerrada tras la que se oyen rugidos, ¿es el panorama ideal para sentarnos a disfrutar de nuestra comida favorita?

Sin embargo, nuestro ritmo de vida actual suele mantenernos en tensión constante, por lo que es muy posible que estemos sufriendo de una ansiedad crónica que, aunque en niveles mínimos, interfiere en nuestro comportamiento natural. Incluso puede pasar que la ansiedad aparezca como respuesta a un cuadro de depresión. Sea como sea, cuando estamos en medio de esta sensación, nuestro cuerpo agradecerá todo aquello que le relaje y ayude a evadirse, es decir, de maquillar momentáneamente preocupaciones, sentimientos negativos, inquietudes o tensiones musculares. Por tanto, en esta situación comer no sirve para alimentarse en función del ciclo hambre/ saciedad que acabamos de explicar, sino como vía de relajación.

Por desgracia, la ansiedad es cada vez es más frecuente y crónica entre muchas de nosotras; parte de los problemas creciente de casos de obesidad y otros desórdenes de alimentación se deben, “sencillamente”, a que la comida se usa como elemento de distracción para ocultar problemas más graves. Si estamos en esta situación, que no es sencilla de solucionar, merece la pena plantearse mejorar la salud mental para mejorar nuestra alimentación. Y, al revés, trabajar mejorando nuestra rutina de alimentación a buen seguro tendrá efectos positivos en nuestra salud mental.

¿Cómo podemos empezar?

Incorporando en nuestros platos verdura y frutas; sin olvidar carnes, pescados y lácteos. Por ejemplo, carencias de magnesio y zinc se han relacionado con un peor cuadro de ansiedad, por lo que alimentos ricos en estos minerales, como las espinacas, legumbres, frutos secos, mariscos y pescado nos ayudarán. Por otro lado, los compuestos antioxidantes también parecen ser capaces de afectar al nivel de ansiedad, por lo que alimentos ricos en ellos, como las manzanas, ciruelas, cerezas, uvas pasas, frutos del bosque, o vegetales con color (alcachofas, berenjenas, remolachas o berzas, también llamada kale), nos ayudarán a mejorar nuestra salud.

Además, siempre queda la alternativa de productos pensados para saciar esa ansiedad y controlar el apetito como los que tenemos en Lev. Disponemos de una amplia gama de alimentos proteicos, muy sabrosos, bajos en calorías y en hidratos de carbono, compuestos principalmente de proteínas derivadas de la leche, la soja, la alfalfa y la clara de huevo, ideales para momentos como la media mañana y la merienda, pero también muchas otras ofertas para el resto del día. En los centros Lev nuestros asesores te ayudarán a escoger los más adecuados para ti. ¿Te animas?

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