No es mía, se la escuché a Ray Dalio en este vídeo que quizás cambie tu vida o quizás no.
Permíteme insistir en el asunto.
Si no tienes remos y estás en una barca que va sobre un río, no puedes decidir a dónde vas.
Si tú vas conduciendo tu coche, tienes volante y tienes manos para conducirlo, tu mente está despejada, tus ojos funcionan, las carreteras están abiertas y tienes gasolina en el depósito, puedes decidir a dónde vas.
Si vas dentro del maletero del coche, con los ojos tapados, dentro de un saco, no puedes decidir a dónde vas.
Bien, casi todos los seres humanos vamos dentro del maletero de un coche. Inconscientes. Con los ojos tapados. Dentro de un saco. Que está dentro de otro saco. Que está dentro de un baúl. Que a su vez está recubierto de cinta aislante americana de esa negra y gorda y pegajosa.
Eso significa que no podemos decidir a dónde vamos.
Eso significa que quien elige es el conductor que ni siquiera sabemos quién es.
Vale, entonces la pregunta era si mal no recuerdo: ¿cómo escapar del maletero y ser conductor?
La respuesta es: con un boli, con un papel, y con meditación.
Lo del boli y el papel ya lo hemos explicado pero lo recordamos una vez más pues a mí me llevó 36 años aprenderlo y quizás a ti te cueste también un par de días: por la mañana escribes en un papel tres cosas que vas a hacer. Luego las haces y las tachas.
Tachar algo que te has propuesto genera dopamina de la buena y te hace querer tachar más cosas.
Recordemos:
Tachar = dopamina de la buena.
Ver Netflix compulsivamente y comer risketos a dos manos con los dedos pringosos y naranjas = dopamina de la mala.
Una dopamina te conduce a la libertad.
La otra dopamina te conduce a la esclavitud.
Vale, sigamos. Hablemos de meditación.
Te levantas por la mañana, te sientas, cierras los ojos y te concentras en tu respiración.
Tu mente quiere encender el móvil porque hay algo súper importante que ver. Tu mente quiere tomar un café porque sin café no eres persona. Tu mente quiere hacer lo mismo que hizo ayer y antes de ayer porque eso es lo normal. Tu mente quiere ver las noticias de la sexta para constatar que el mundo es una mierda y que tienes motivos más que válidos para estar en tensión y aterrorizado. Tu mente quiere encenderse un cigarro porque es lo mismo que hicimos ayer y antes de ayer. Tu mente quiere salir corriendo de casa para ser el primero en el atasco camino del trabajo.
Pero tú, en un acto de voluntad y consciencia, le recuerdas a tu mente que se centre en la respiración.
¿Café? no, respiración.
¿Móvil? no, respiración.
¿Noticias catastróficas? no, no, no, respiración.
Durante los primeros días la batalla entre tu mente y tú será más salvaje, pues usará todas las herramientas y trucos y guarrerías a su disposición para que desistas en tu intento.
Tu mente por ahora te conoce mejor que tú, sabe tus puntos débiles.
Pero tú persistes. Te levantas de la cama. Te sientas. Cierras los ojos y te concentras en tu respiración.
Con el pasar de los días descubres que empiezas a tener más claridad.
Descubres que bajas las revoluciones.
Descubres que has estado toda tu vida en modo súper vivencia.
Descubres que estabas en un maletero de un coche.
Y un buen día, si sigues respirando, concentrándote en tu respiración, tratando de relajar todos y cada uno de los músculos de tu cuerpo empezando por tu cara y terminando por la punta del dedo gordo del pie, empezarás a darte cuenta de que tienes a tu disposición unos bonitos remos de madera.
Que tienes un volante.
Que tienes gasolina.
Me cago en la leche, un buen día descubres que si tienes la suficiente fe y práctica puedes volar.
Que las carreteras están abiertas.
Que el cielo es infinito.
Que el río conducía a un océano azul.
Que tu mente está cada vez más despejada.
Y así, y ahí, empezarás a decidir, quizás por primera vez en toda tu vida, dónde quieres ir.