CARTA ABIERTA AL ESPÍRITU DE ARGENTINA

Conocer tus heridas es conocer tu historia entera. Se abren como flores en el abrazo partido, en el corazón de la tierra que supo darnos cobijo, en el sudor y las lágrimas de los inmigrantes venidos de tierras lejanas y rotas por la guerra, olvidados sus seres queridos para dar lugar a un futuro incierto.

Fue el esfuerzo y la decencia y la esperanza de volver a ver su tierra, traída sin saberlo en la maleta llena de duelos y hambre, vacía de risas y sueños. Sólo el tiempo les dio la gracia de amar un presente sin horizonte ni mar, sudor y palabras quebradas de una lengua por aprender.

Hoy tenemos la vida resuelta, la tecnología nos favorece, la información es moneda corriente, el alimento crece en cualquier maceta que se precie. Sin embargo hay hambre... hay dolor en la memoria celular. Rencor e impotencia. Nos convencen de la pobreza como un estigma insuperable. Nos dicen que no podemos, que no se puede... que ya es tarde.

Apelo a ese hoy eterno que supieron crear nuestros antepasados, inmigrantes y autóctonos, fusionados quizá por el dominio, quizá por el designio. ¿Quién conoce los destinos de una patria? ¿su meta, su karma, su olvido? Ya estamos en el sitio, acurrucados en otro abrazo partido.

Aislados socialmente recordamos aquél sentir indefinido, apenas una sombra venida de lejos que, como un fantasma, nos acongoja y cierra la garganta. Se ahoga el grito sagrado, aunque sabemos que está justificado. Queremos saber de qué se trata, abrimos los paraguas bajo la lluvia de escándalos, pero el corsét social aprieta fuerte. Las voces callan, las lágrimas expresan, Argentina se resiente. Dolida, ninguneada, manoseada, la Patria quiere levantar cabeza y sortear el abismo. Pero sola no puede. Somos todos, somos identidad de un pueblo hecho a fuerza de esperanzas rotas, de dolor tras dolor y pérdidas infinitas, de injusticias malogradas, muertes y desaparecidos, de causas dudosas y atropellos varios.

Tenemos en nuestros genes lo necesario para levantarnos y decir BASTA, oponernos a la traición y a sus lacayos, a los apátridas que nos quieren hacer zozobrar en un mar de angustia y derrota.

El espíritu es incorruptible, porque es lo único que nos une al Creador, el único puente a la Verdad y la Libertad verdaderas. Cada nación tiene su espíritu, su propio karma y un destino. El lienzo se mantiene en blanco por cada segundo de duda y quebranto, a la espera del instante de esperanza y certeza. Todos somos el hombre gris, en tanto fuerza de equipo y egrégor comunitario. Nadie vendrá a salvarnos, no hay líderes sin un pueblo coherente y atento a las señales.

Sólo el alma de nuestra meta hará el milagro. Hay que saber reconocer el instante de cada brazo levantado en el trabajo arduo, en la lucha por comprender las diferencias obvias, en la sabiduría de querer el bien del prójimo así como el propio.

Mariel Alabarcez
Terapeuta Zen Shiatsu
PNL Coaching
Desarrollo Personal

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