Analicemos un ejemplo.
Una pareja joven de recién casados, llega a vivir a un nuevo fraccionamiento. La casa que habitan es nueva y deciden remodelarla, pintan la fachada de un color más llamativo, decoran con plantas la cochera y ponen una cerca de madera hermosa. Su vecino de lado, se acerca a darles la bienvenida y la correspondiente opinión de su cerca que disfraza de pregunta “¿no les parece inseguro que sea de madera?”. La pareja automáticamente se molesta “¿Quién le pidió su opinión a éste señor? ¡Seguro le da envidia mi hermosa casa remodelada! ¡Claro! El no tiene dinero para hacer cambios en su casa y por eso esta molesto porque nosotros si podemos”, y un sin fin de comentarios de ese tipo.
Lo que ésta joven pareja no sabe, es que hace menos de un mes, el señor sufrió un robo en su casa, alguien se metió a la fuerza, rompió la cerradura de su puerta y se llevó la mayoría de sus cosas de valor, además de dejarlo con un sentimiento de inseguridad tremendo, por lo que decidió convertir su casa en una fortaleza sin importar como se vea.
La pareja está realizando las mejoras a su casa, desde su punto de vista, desde su perspectiva. Les parece ideal el color de su casa, las plantas en su cochera y la cerca de madera, desde su visión, sus gustos y su necesidad. Pero obviamente y de manera inconsciente (o consciente mas bien), la pareja esta mostrando al mundo lo linda que es su casa.
El vecino, ha sido víctima de un delito y desde su perspectiva lo único importante es la seguridad, dadas las situaciones por las que ha pasado recientemente. Y sí, también está mostrando al mundo su punto de vista.
¿Quién juzga a quién?
Comúnmente nos sucede que generamos opiniones de los demás, su vida, su relación, su trabajo, sin preguntarnos porqué están ahí, cómo llegaron a esa situación y cómo enfrentan lo que viven. Simplemente nos sentimos con el derecho de opinar y que esa opinión es válida.
Bueno, déjame decirte algo: ¡No! Nuestra opinión no es válida. No es cierto que tenemos el derecho de opinar en la vida de los demás, porque nada nos da ese derecho. Incluso, podría decirte que aún cuando literalmente te preguntan ¿qué opinas? no tienes derecho a dar una opinión.
Estarás pensando ¿Qué dice esta loca? Si alguien me pregunta mi opinión, claro que tengo derecho a decir lo que pienso, a dar un consejo y a expresar si me parece bien o mal lo que sea que estén haciendo. Bueno, sí, estaré loca pero ¿sabes que? ¡No tienes derecho! Porque nuestra opinión esta basada en nuestra vivencia, nuestro enfoque y desde nuestra perspectiva. Hay un abismo desde el punto de vista y la vivencia de quién “solicita” esa opinión. Lo que para mi funciona, para ti puede ser el error más grande que llegues a cometer.
Con esto no quiero decir que la próxima vez que tu amigo te pida un consejo, te conviertas en mudo y no digas absolutamente nada ¡Noooo! Lo que quiero decir es que tratemos de ponernos en los zapatos del otro, seamos consientes de que no tenemos el derecho a dar una opinión y desde ahí, entonces si, hagámoslo.
¿Y cómo lo hacemos?
Muy fácil, desarrollando la EMPATIA.
La empatía es la intención de comprender las emociones del otro, sus actitudes, circunstancias y cómo nos afectan e influyen en la manera de relacionarnos.
En el mismo ejemplo de la pareja de recién casados, imaginemos lo distinta que pudo ser la situación si en ambos casos se hubiera tenido Empatía.
Si el vecino la tiene:
La opinión disfrazada de pregunta, pudiera contar un poco más de su experiencia, algo como: hace menos de un mes se metieron a mi casa a robar, todos estamos expuestos a la inseguridad aprovechando la remodelación de su casa, sería bueno que consideraran algunas medidas de seguridad.
El vecino ni siquiera tendría que mencionar la cerca de la casa, su objetivo es prevenir a la joven pareja y eso se cumple con una simple recomendación.
Si la pareja la tiene:
La reacción a la opinión-pregunta del vecino respecto a la cerca de madera, sería más o menos así: No habíamos pensado en la cuestión de seguridad, tal vez podamos tomar algunas otras medidas importantes para conservar la cerca. El vecino tiene más tiempo viviendo en este lugar, seguramente su opinión tiene una razón.
La pareja no tendría que ofenderse por la supuesta crítica a su cerca, sino tomar la opinión desde un punto de vista práctico y funcional para ellos.
Y tú, ¿qué opinas?
Poniéndote en los zapatos del otro, sentándote en su silla, observando desde su ventana. Así se logra la empatía.
El ejemplo es muy simple, sin embargo, en la vida real nos enfrentamos a diversas situaciones en donde la opinión de los demás no es aceptada, o bien, andamos soltando opiniones como si nos pagaran por hacerlo.
Decir las cosas desde mi perspectiva y aceptar lo que me dicen desde la perspectiva del otro es EMPATÍA.
Y todavía más allá, comprender las emociones de los demás para entender porqué o para qué me dan su opinión, desde dónde y hacia dónde se dirige. Más importante aún, comprender mis emociones y gestionarlas adecuadamente antes de dar una opinión, ser objetivo en mis puntos de vista, mejorando la comunicación conmigo mismo y con los demás.
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