Sobre el clavo que me clavé, de cómo lo saqué y de mi psicólogo.

Me he dado cuenta de que tenía un clavo clavado en la espalda, literal y figuradamente. ¿No lo crees?
Sentía dolor…
-¿Cómo es ese dolor?
– Punzante. Es como un clavo… Es un clavo negro, de esos oxidados que puedes ver en las grandes puertas de madera en los pueblos. Los ves y dices ¡un clavo,
clavo
pero qué clavo! Tiene una cabeza enorme y aunque la punta no es muy larga, tiene una capacidad de arraigarse y clavarse impensable.
Así es mi dolor, como un clavo negro, oxidado y punzante.
Cuando me detuve a mirarlo y lo toqué me sentí horrorizada. “Este clavo es mío –pensé-, no me lo ha puesto nadie, me lo he puesto yo. Este clavo representa todas las veces que me he clavado en la cruz por los demás.”
El caso es que no me sentí culpable de clavarme un clavo a mi misma… Me sentí responsable. Por primera vez vi mi dolor, lo atendí y vi que llevaba tantos años soportándolo que ya se estaba oxidando y haciendo uno con mi piel. Qué dolor…
Tras este momento de darme cuenta, volví a mirar el clavo, una parte de mí seguía sin creerse que se había clavado un clavo, estaba metida en el asombro cuando decidí sacarlo. Creo que llegó la hora en que había que desarraigar ese dolor y ver qué había en la herida.
Sí, tenía una herida, una herida considerable, bien abierta y llena de sangre. No importa. Esa herida es de mi dolor, de todas mis experiencias, de todo lo que he pasado… Lo más bonito me sucedió cuando al sacar el clavo sentí un nuevo dolor, era un dolor… como decirlo, pues el dolor de cuando te quitas algo que te has clavado, una vez que lo quitas el dolor poco a poco se va transformando en alivio. ¡Qué si alivio! Fue maravilloso, una experiencia dolorosamente maravillosa.
Te sorprenderá que te diga que mi dolor fue maravilloso, pero es así. Al tomar contacto con el dolor me di cuenta de que ese clavo que me puse fue para protegerme de otro sentimiento más grande y que me resulta más doloroso aún, la soledad. No lo hice por crueldad, simplemente no supe hacerlo de otra manera, en verdad, me estaba cuidando, me estaba queriendo, ¿cómo iba a permitirme soportar un dolor que para mí era inadmisible?
He cambiado el dolor por el alivio, el alivio por alegría, la alegría de no sentir ese dolor punzante, de quitarme ese clavo. Sé que ahora me toca limpiar mi herida y que aquello que escondía el clavo puede ser doloroso, pero estoy convencida de que vale la pena, al menos ya sé que ese dolor es mío y que yo tengo la capacidad de sanarme.
Me alegro de haber conocido a mi psicólogo. Es cierto que hay sesiones más duras que otras, pero la de hoy es de agradecer.
Mi psicólogo es una persona que está conmigo, ha estado a mi lado en todo mi dolor, ha estado cuando he observado el clavo, cuando me lo quitaba y cuando necesité descansar del esfuerzo que acababa de hacer.
El proceso de psicoterapia no es un camino de rosas, es como la vida, compartes una etapa de la misma con una persona que está incondicionalmente para ti.
Cuando cure mi herida tendré que decirle adiós, pero podré recordar con agradecimiento todo el proceso superado cuando vea mi cicatriz, porque ese fue el día en que me quise de verdad, recordaré con cariño esa etapa de mi vida en la que alguien me ayudó a poder disfrutar de mi ansiada y maravillosa soledad.
niño


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