Puede que nunca hayas relacionado la toma de decisiones con las ganas de comer y el apetito que hay en ese mismo momento. Quizá tras leer este artículo, llegues a la conclusión de que no es buena idea decidir aspectos importantes con el estómago demasiado vacío.
Es cierto que nunca recomiendan ir a hacer la compra con demasiada hambre ya que podríamos llenar el carrito hasta arriba, sin pensar en si realmente lo necesitamos, únicamente guiados por el hambre. Esta acción no es una decisión demasiado importante, pero el apetito puede actuar también en elecciones más relevantes.
La toma de decisiones no tiene que estar relacionada con la comida para que el hambre tenga que ver en ella. La falta de alimento provoca una serie de cambios en el organismo que llegan hasta el sistema nervioso, afectando para bien o para mal la elección pendiente.
Estudios demuestran que el hambre influye en la toma de decisiones
El estudio que principalmente se pone de manifiesto en este tema es: Hunger increases delay discounting of food and non-food rewards de Jordan Skrynka y Benjamin T. Vincent, elaborado para la revista Psychonomic Bulletin & Review.En dicho estudio se tomaron a 50 personas en cada grupo y se estudiaron en dos situaciones diferentes. La primera situación en la que se enfrentaban a tomar decisiones la hacían con el estómago lleno, después de haber comido y no quedar ni con un poco de hambre. En la segunda parte del estudio, el otro grupo de personas era sometido a 10 horas de ayuno, por lo que el hambre estaba más que presente.
Se pudo demostrar que cuando tenían hambre, las personas sometidas al estudio, optaban por tomar decisiones que las llevaran a una recompensa inmediata, por la que no tuviera que esperar, aunque la mejora fuese menor. Sin embargo, con el estómago lleno, el otro grupo no tenía problema en tener que esperar mucho más tiempo con el fin de obtener un premio mayor.
Para demostrarlo, les propusieron diversas situaciones que podían ir mejorando a medida que dejaran pasar el tiempo. Es decir, si tomaban una decisión al momento, podían obtener una cantidad económica, por ejemplo, pero si podían esperar, esa cuantía de dinero iba aumentado día a día y podía ser más elevada.
Cuando habían pasado varias horas en ayunas, la media del estudio, era que solo esperarían tres días hasta tener el dinero. Por otro lado, sin apenas hambre y tras saciarse, la espera podía ser mucho más prologada, estimándose una media de 35 días.
Los realizadores del estudio presentaron más situaciones para que tuviese más validez. En todos los casos, el grupo que tenía hambre siempre presentaba decisiones más precipitadas.
Deberíamos tener este estudio de Jordan Skrynka y Benjamin T. Vincent presente en nuestro día a día. De esta forma, si pensamos en que el hambre puede afectar, podemos ayudar a tomar decisiones más pausadamente y optaríamos por aquellas que tienen más valor a largo plazo.
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