"Ahora cantaré por mi amado el cantar de mi amado a su viña. Tenía mi amado una viña en una ladera fértil. La había cercado y despedregado y plantado de vides escogidas; había edificado en medio de ella una torre, y hecho también en ella un lagar; y esperaba que diese uvas, y dio uvas silvestres.
Ahora, pues, vecinos de Jerusalén y varones de Judá, juzgad ahora entre mí y mi viña. ¿Qué más se podía hacer a mi viña, que yo no haya hecho en ella? ¿Cómo, esperando yo que diese uvas, ha dado uvas silvestres? Os mostraré, pues, ahora lo que haré yo a mi viña: Le quitaré su vallado, y será consumida; aportillaré su cerca, y será hollada. Haré que quede desierta; no será podada ni cavada, y crecerán el cardo y los espinos; y aun a las nubes mandaré que no derramen lluvia sobre ella". (Isaías 5:1-6)
Esa viña es cada uno de nosotros, El Señor Jesús, nos limpió, nos purificó, nos dio una nueva vida para glorificar a Su nombre, dar frutos, mostrarlo a Él y llevar también salvación a otros.
A veces no entendemos por qué aquello que hacemos no da resultado, no tiene suceso, no sale adelante, aquí está, ¿hemos dado los frutos esperados por nuestro Señor? Hemos valorado todo Su trabajo en nuestras vidas.
Cada detalle, situación, momento, circunstancia que vivimos y pasamos, hace parte de Su Obra en nosotros pero, ¿lo hemos visto así?
Ahí es cuando la persona comienza a sentirse sin dirección, vacía, sola, que habla con el techo, ella queda desierta en su interior. La motivación termina y comienzan los reclamos, el sentirse injusticiado.
Aunque leyendo estos versiculos parece el fin, no lo es, pues Él no haría vano el sacrificio del Señor Jesús por nosotros. Dios en Su infinita misericordia a cada día nos permite revertir esta situación y a través de la humillación delante de Él, nos da una nueva chance de cambiar, de dar frutos.
Pero estos frutos, necesitan que nuestro corazón se deje podar, limpiar, que nuestro yo, nuestros intereses pesonales sean dejados de lado para que los intereses de Dios prevalezcan.
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