Pregunta tras pregunta iba descubriendo que tengo un dolor crónico. Mi pecho, aunque ya no le hago demasiado caso, jamás ha dejado de dolerme desde el primer quirófano. Y no hablo de lolas, sino de pecho como estructura ósea. Ellas me pican a rabiar alguna que otra vez, pero el dolor viene de mucho más atrás, de dentro, unos pinchazos que nunca he conseguido mitigar con nada, y han conseguido que verme agarrándome las lolas, o presionar la axila mientras conduzco, sea un gesto muy habitual en mí. Algo raro, lo se, pero habitual.
Y eso sin contar con mi neuroma y su familia cercana, de la que me acuerdo muy a menudo. Ya no se que postura coger para olvidarme de él, no me puede dar más rabia no poder cargar con mi rubia cuando empieza a roncar en mi cama y pretendo llevarle a la suya, no soporto el mal humor que me convierte en una olla a punto de terminar un buen arroz.
Convivir con el dolor es duro, desagradable, pero no te queda más remedio que empadronarlo en casa y paliarlo con medicación. Así he conocido los tratamientos “de rescate”, esos que guardas en un cajón para cuando ya no puedes más. Nos hemos acostumbrado a contestar NO cuando nos preguntan si nos duele algo, porque lo llevamos tan asumido que no recordamos la vida sin ese pinchazo, pero cuando la bestia despierta…ay cuando despierta!! Cómo nos acordamos de todas las veces que lo hemos negado.
Mi moraleja de hoy es que si alguna vez sientes dolor intenso, corre a tu médico de cabecera y describe con pelos y señales cómo es, cada cuánto te molesta, dónde se localiza y su intensidad. Siempre hay algún paliativo que te ayudará a llevarlo mejor. Así evitarás convertirte en un trapillo sobre el sofá o en el monstruo más temido.
Y si encuentras una medicación de rescate para el “otro” dolor, por favor, dame una receta.
Os leo!!