Cuando aceptas mi invitación, comienza la danza.
Suave, conociéndote, admirando tu valentía, tus ganas de crecer, de ser mejor y, también, más libre. Sé de tus ansias por comprender, por ver aquello que no ves y no logras calibrar en tus pasos.
Cuando me sitúo enfrente, observo tu determinación y a la vez tus ojos interrogantes, ¿ahora qué?
Déjate llevar.
No te contaré que vaya a ser fácil, no te explicaré la de veces que podemos desviar los movimientos, pero sí sé que al final lo harás bien, soltarás lastre, vestirás tus mejores galas y volarás, alto, muy alto, has venido para eso, para desplegar tus alas y volar.
Mientras te sostengo, siento en ocasiones tu incredulidad, tus desafíos, tus dudas y hasta tus temores más escondidos y acechantes. Sé que están ahí, dispuestos a devorarte una vez más, pero confío, confías y saltas, ahora con el movimiento perfecto, el 8 divino, espectacular, el que marca la diferencia, el antes y el después.
Me has dado permiso para acompañarte, para retar tus pasos, para explicarte, avanzamos en bonito a veces, otras en falso y otras... bueno... a veces... quizá pareciera que no avanzábamos.
No importa nada, el baile con la música continúa, entonces ya la danza explota en el cuerpo y estás preparad@. Comprendes por fin.
Ahora te sabes capaz, sientes que cambiaste de nivel, que estás en avance, la danza fluye. Te has vuelto hacia ti, hacia la vida.
Yo guardaré estos momentos como oro en paño, con devoción, sintiéndome afortunada, dándote las gracias por compartir conmigo, por compartir tu tiempo del alma.
Ahora dejo de acompañarte porque la danza está dentro y ya no saldrá. Sólo sigue bailando, sólo sigue bailando.
Yo seguiré mostrando otros números, otras coreos, no se me ocurre otra manera mejor de explicar el coaching, perdón, quise decir, el baile.