El disgusto, los fantasmas, surgen de aquella elección, son los efectos de haberse equivocado. El dolor de no aprender, de no elegir el amor sobre el egoísmo y la amargura.
Y son fantásmicos porque sólo parece que existen. Es cuando hace mucho ruido la cabeza y aparecen espejismos. Como el náufrago que camina por el desierto y comienza a ver oasis o llora y cree que ha llegado a su fin. Cuando bien le podrían quedar unos tres o cuatro días de vida o 40, cuando bien podría esperanzarse en tener un poco de suerte o tratar de encontrar pistas que le conduzcan de nuevo en el camino correcto.
Los fantasmas ni creen en la esperanza ni en el camino correcto. Por eso existes tú; para cambiar el sentido de lo que parece inevitable. Y te recuerdo, no eres un fantasma: no tienes que vivir en la sombra ni con la sombra en la cabeza. Cambia, vive y sonríe. No hay mal que por bien no venga. No porque el mal sea bueno en si sino porque todo puede revertirse y transformarse en el algo mejor si cambias el camino. Generalmente tenemos dos opciones para actuar ante cualquier situación, pueden parecer muchas, pero en el fondo llevan dos direcciones opuestas, una es mas egoísta y sale del enfado y la otra a veces no tiene sentido... Ninguno! Pero se siente mucho mejor que el otro. No es difícil saber si estamos haciendo lo correcto: una opción nos hace sentir felices y la otra nos hace creer que somos felices, pero es un fantasma, eventualmente se va la anestesia y duele. Equivocarse duele. Por eso creo que la vida es simplemente una serie de decisiones. Es un juego en el que constantemente nos sentimos tentados a elegir la opción fantasmagórica, y no es hasta que nos caemos mil veces que no podemos más y nos rendimos a ser mansos, a sentir amor y a ser fieles a nuestra esencia humana. A recordar quienes realmente somos: espíritus capaces de sentir amor infinito y con el poder absoluto de sobreponerse ante cualquier situación... Cualquiera. Siempre hay suficiente amor dentro de ti, siempre tienes el amor suficiente para curar.