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Es inteligente tomarse un tiempo en el resguardo, hasta encubar lo necesario para que la gravedad no nos
golpee. Aunque es dejándonos guiar por nuestro deseo… como evitamos quedar aletargados en la apatía de lo seguro y logramos que nuestra vida se eleve.
Hay veces en las que se va deseando cada vez un poco menos, hasta que pasado un tiempo se cree que el deseo ha muerto. Pero el deseo no muere.
El cuerpo anestesia su dolor hasta logra curarlo, pero no por esto desiste ni olvida el resolver las causas de su padecer. Cuando no se sabe alcanzar lo deseado, emulando al organismo, se silencia al deseo para evitar así la frustración. Pero el no escucharlo hace que se valla olvidando su voz y el deseo deja de sernos el aliado proveedor de fuerza y de sentido a nuestra existencia. En la medida que se pierde el “para que” de la vida se va frenando el andar, la apatía nubla la visión y se cree que el deseo ya no esta. Es cuando falta el aliento, a pesar de respirar.
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