Crezco en lugares áridos y decido abarcar grandes superficies, quizás por el afán que me impulsa a destacar y poseer a la vez.
Es motivo de gozo exponer mi alegría y entregar mi corazón a quien me rodea, entendiendo que todos deberíamos de sentir y compartir ese júbilo por la vida como lo haría un niño.
Me amo tan profundamente que merezco ser amada y amar a los demás en la misma medida. En el fondo, soy como esa niña, carente de malicia y necesitada continuamente de interacción con los demás.
Pero tristemente, no todas las personas, ni todas las circunstancias de la vida son como yo quiero. La fuerte competitividad, el deseo inherente de la sociedad de poner etiquetas, de valorarlo todo en función del éxito, de separar, aislar y luchar, hace que mi mente entre en un estado completamente antagónico de lo que es mi propia naturaleza.
Surge mi gran necesidad, me han arrebatado el lado placentero y juguetón de mi naturaleza y es entonces cuando necesito autoafirmarme de la peor manera que sé, adoptando una conducta egocéntrica, una necesidad imparable de notoriedad y charlatanería dirigidas solamente a la autocomplacencia.
En definitiva, ese lado infantil tan positivo, tan ingenuo, tan amoroso de observar la vida, me convierte en una niña malcriada, manipuladora y vanidosa que lo único que intenta es sentirse valorada.
Qué curioso, yo ya superé situaciones en mi infancia que me dolieron, ya forjé mi felicidad interior, ya crecí y ahora me doy cuenta de que ese vacío que siento, esa soledad, son la consecuencia de haberme alejado del Amor.
Así soy yo. Soy el alma de Heather.
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