Además que se experimenta un incremento en la cantidad de oxígeno disuelto en los fluidos del laberinto, esto ha contribuido a recobrar el metabolismo celular y a restaurar las funciones Cocleo Electrofisiológicas normales.
La enfermedad de Ménière se caracteriza por la aparición súbita de ataques incapacitantes de náuseas, zumbidos en los oídos y sensación de que todo da vueltas. No se conoce la causa, aunque se sabe que cambios en la dieta, medicamentos o cirugía pueden ayudar a solucionarlo.
El reformador del catolicismo Martín Lutero tenía 43 años cuando se dedicó a traducir el Libro de Jeremías al alemán; repentinamente, durante sus sesiones de trabajo comenzó a experimentar ataques de mareo en los que escuchaba el sonido de una cascada en uno de sus oídos que le obligaba a suspender su labor. Lo curioso de la anécdota es que, lejos de contrariarse por tan terrible dolencia, el religioso se alegró al pensar que Dios se comunicaba con él de esta manera.
Casi 300 años después, en 1861, el médico francés Próspero Ménière describió a fondo este padecimiento que lleva su nombre y del que hasta hoy no conocemos su origen; sólo sabemos que es un problema que se presenta en la edad adulta (y rara vez en la niñez o adolescencia) por una alteración de los fluidos en los canales del oído interno, responsables del equilibrio.
La enfermedad de Ménière, también conocida como edema endolinfático, no es contagiosa ni es fatal, pero es un problema crónico; los síntomas no se presentan todo el tiempo, sino por períodos o ataques de entre 20 minutos y 2 horas, aunque hay quienes estiman que pueden durar hasta un día. Los problemas se presentan en un solo oído, aunque en 10 ó 15% de los pacientes puede ser en ambos.
Súbitas e impredecibles molestias
Los síntomas de la enfermedad de Ménière ocurren repentinamente y pueden manifestarse diariamente o ser tan poco frecuentes que se presentan una vez al año; el vértigo es la característica más común y debilitante, ya que obliga a la persona a acostarse, pero también suelen presentarse náuseas severas, vómito y sudor.
Algunos individuos tienen ataques que comienzan con zumbidos, pérdida de audición (especialmente con los sonidos de tonos bajos) o sensación de tener los oídos llenos (tinitis); otros tantos describen que los problemas se presentan mientras duermen, y se conoce el caso de pacientes que experimentan inestabilidad al caminar durante todo el día y por largos períodos de tiempo. Síntomas menos frecuentes que se han registrado son dolor de cabeza, malestar abdominal y diarrea.
Todos estos malestares se asocian directamente a la compleja y delicada estructura del oído interno, donde se encuentra una porción conocida como laberinto y el cual se encuentra lleno de un líquido llamado endolinfático; tiene a su cargo ayudar al equilibrio del organismo.
Funciona como un frasco parcialmente lleno de agua, en el cual todo movimiento altera la quietud de este elemento y obliga a que la solución acuosa se mueva en el interior del laberinto, con lo que estimula a los receptores nerviosos que hay en sus paredes interiores y que además se encargan de enviar señales al cerebro sobre lo que perciben.
Muchos expertos piensan que la enfermedad de Ménière se debe a una ruptura en el laberinto que permite que el líquido endolinfático se mezcle con el perilinfático, otro fluido del oído interno, de modo que las alteraciones en los niveles de las soluciones acuosas en las estructuras encargadas del equilibrio son las que producen los síntomas característicos. Se especula sobre posibles causas del mal como factores ambientales, ruido, infecciones causadas por virus u otros, pero aún no hay nada establecido.
Tratamiento y cirugía
El diagnóstico es efectuado por un otorrinolaringólogo o un neurólogo, y se realiza a través de preguntas sobre síntomas y descripción de los ataques que se sufren, historial médico, exámenes de audición y balance; para descartar la posibilidad de otros problemas del órgano auditivo, como tumoraciones, infecciones o inflamaciones en oído medio e interno, se pueden practicar algunas pruebas como tomografía, aunque con los datos clínicos es suficiente para saber si se tiene o no este padecimiento.
El tratamiento establecido por el médico para la enfermedad de Ménière busca controlar los ataques a través de cambio de hábitos y administración de medicamentos. Primeramente, y debido a que el mal es resultado de un problema generado por los fluidos de los canales de los oídos, puede que se requiera limitar la cantidad de sal que se consume con los alimentos, ya que así se controla indirectamente la cantidad de líquido en el oído; además, el paciente también deberá dejar alcohol, café y cigarro, ya que son desencadenantes de procesos de náusea y vértigo.
Asimismo, entre los medicamentos prescritos a quienes sufren edema endolinfático se encuentran los diuréticos, que ayudan a controlar los niveles de agua en el organismo, y aquellos que bloquean los impulsos nerviosos que generan náusea y vértigo. También es recomendable mantener actividad física, evitando la fatiga excesiva, y controlar el estrés a través de técnicas de relajación o biofeedback.
En caso de que ocurra algún ataque, el paciente deberá recostarse en una superficie fija, como cama o piso, y para sobrellevar los mareos deberá mantener los ojos enfocados en un objeto estático; no se recomienda beber o comer, con la finalidad de disminuir las posibilidades de vomitar. Cuando los síntomas desaparezcan, la incorporación será lenta y es probable que se tenga el deseo de dormir; es mejor descansar y no reprimir este deseo.
Si hay vómito que se mantiene por más de 24 horas y es imposible mantener líquidos dentro del cuerpo, se recomienda llamar al médico para que proporcione medicamentos que controlen la situación.
En algunos casos es probable que la enfermedad de Ménière sea difícil de controlar, y si las medidas descritas muestran poca eficacia se evaluará la posibilidad de intervenir quirúrgicamente; al respecto se han desarrollado muchos procedimientos para revertir el progreso del mal, pero su eficacia ha sido difícil de establecer, ya que en ocasiones implican pérdida auditiva o disminución considerable del equilibrio.
Ante todo, el paciente deberá tener conciencia que su padecimiento requiere disciplina para ser controlado, así como apoyo de familiares, amigos y compañeros del trabajo, por lo que es importante que hable con ellos para que sepan cómo ayudarle si sufre un ataque.
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