Pensando en cómo sería la vida de uno de mis lectores, una persona que vive en un pequeño pueblo de Estados Unidos, esa visualización me llevó poco a poco a un sentimiento de paz, calma y alegría que pocas veces siento desde que vivo en grandes ciudades. Puede que no tenga mucho sentido como mi cerebro hace conexiones, pero imaginarme esa clase de vida me creó un sentimiento de amor, simple, sin condiciones, ansiedades o competencias, que normalmente se aprende con ciertos tipos de vivencias, en algunas sociedades, mientras que no es tan común en otras.
Desde que llegue a Madrid, no dejo de ver gente en la calle faltándose el respeto mutuamente, en tiendas, cafeterías, autobuses, o incluso en el gimnasio, mostrando emociones bastante densas, emociones de ira, agresividad y desconfianza, como si hubiera algo irritándoles y fueran un globo sobrecalentado a punto de estallar. Por supuesto, la ciudad es un abanico de emociones, y también hay momentos que te hacen sentir que formas parte de algo maravilloso; sin embargo, las ocasiones de agresividad usualmente superan mis expectativas desde que he vuelto a España. Centrándome más concretamente en relaciones personales, al menos en dos ocasiones escuche a alguna mujer discutiendo por teléfono con un hombre; en la calle, a personas haciendo partícipes a los viandantes de sus problemas de pareja. Y en otras ocasiones, más de una, había hombres conversando sobre sus grandes hazañas sexuales con supuestas mujeres desconocidas que parecían en sus descripciones “leonas orgullosas deseosas de que ellos les aplacaran”; o también hablando de las mejores actitudes para mostrarse indiferente con una mujer e intentar conseguir su atención, o tener la sartén por el mango en el juego de poder.
Por diferentes razones, yo misma he vivido esas experiencias dañinas hace años. Parte del problema venia de mí, era mi propio reflejo en ellos permitiendo ciertas cosas, ya que cuando una persona no se ama a si misma por falta de autoestima, por carencias afectivas y de protección desarrolladas desde la infancia en el entorno familiar, es más difícil aprender a desarrollar esas cualidades necesarias de amor propio para ser feliz contigo y con los demás. Pero la otra parte del problema eran esos hombres, los cuales manipulaban las situaciones, haciéndolas complicadas para convertir un sentimiento hermoso en algo destructivo, ya fuera también por sus propias experiencias, o en mi opinión, por la educación y la cultura en la que nos estamos desarrollando en los últimos años, a mi parecer incluso más en esos países bien llamados de “sangre caliente”. Se supone que cada uno es libre de elegir como pensar, sentir y actuar, pero lo cierto es que la gran mayoría se deja llevar por las tendencias culturales del lugar donde vive, y se sienten cómodos en esas condiciones.
Hoy en día hemos ido del extremo de un matrimonio para toda la vida a un acompañante sexual temporal. Esta sociedad se ha saltado el término medio, el que indica el valor del amor en una relación, que en un principio es, queramos deformarlo o no, el principal motivo para mantener una conexión a cualquier nivel con alguien. Porque por mucho que haya personas que digan querer solo satisfacer sus necesidades sexuales, lo cierto es que, tras esa experiencia, la mayoría de la gente siempre espera algo más de la otra persona, una atención extra que satisfaga también sus necesidades de ego, o una muestra de atención personal o respeto humano, o incluso tener el control sobre los sentimientos de esa otra persona, aunque no sientan nada por ellos.
Es un trauma cultural, ahora casi una enfermedad, la forma en que hemos deformado las relaciones, en nombre del amor, en algo que es puro control y manipulación del otro, para sentirnos superiores porque interiormente nos sentimos inferiores.
Lo hacemos cada día, no solo en las relaciones de pareja, sino en cualquier circunstancia, incluso en conversaciones que deberían ser para compartir y obtener más variedad de conocimientos, usamos esos momentos para intentar buscar aliados a nuestra causa, sin realmente escuchar las demás opiniones.
Hay, por otra parte, personas que juzgan los actos de los demás y sin embargo no son mejores, ya que en los momentos en los que la vida les pone de frente a alguien que ofrece una alternativa a sus ideas, quizás no discuten con ellos, pero tampoco tienen la humildad de respetar o intentar aprender algo de ellos. Ambas situaciones, el pasotismo del “pues muy bien, me da igual” y el de querer estar por encima del otro, son igualmente reprochables, y cuando tratas de “dar un zasca” a alguien, intentando mostrar al resto sus debilidades, estas en realidad enseñando que el resto eres tú también, por no es un acto de respeto y amor para enseñar, sino para humillar. Quizás me he ido un poco por las ramas, de un tema a otro, pero lo cierto es que todo tiene las mismas raíces de desconfianza, miedo e inseguridad, tanto propia como ajena.
El problema es que no sabemos amar. Nadie nos ha enseñado, lo que hemos aprendido, ha sido experimentando en nuestra piel cada día desde que éramos unos bebes aún en el vientre materno. Nadie nos ha enseñado, y es que nadie podría, porque aprender a amar es una lección de vida del día a día. Es querer ser conscientes de cómo te tratas a ti mismo, por qué, cómo te sientes en diferentes circunstancias, de dónde realmente procede esa emoción y lo que deberías o no deberías soportar o permitir, pero no desde el ego, sino desde la humildad y la autenticidad.
Es un camino y una lucha constante, no contra el otro, sino contra uno mismo. Es querer ser feliz, en lugar de elegir ser tóxicos o alimentarnos de una energía adictiva pero dañina. Es ser auténticos con nuestros verdaderos sentimientos, y poder actuar coherentemente en consecuencia. Es saber reconocer en nuestros actos si en realidad estamos buscando amor, un drama emocional, o cumplir una convicción social de familia. Es ser conscientes de que si creamos un problema el “pasar de todo” o el “no me llenes de negatividad” no nos hace mejores, porque, en algún nivel ha sido consecuencia de nuestros actos. Es querer cambiar patrones de conducta y de pensamiento que has ido creando durante años para proteger tu corazón y tu ego como has podido. Es saber bucearnos para limpiarnos, en lugar de acumular emociones densas y decorarlas con otras más superficiales.
Y sobre todo y por encima de todo, es una elección. Una elección de valientes y de héroes, porque hoy en día, e incluso más si la vida no te lo ha puesto fácil, decidir que quieres realmente amar, es una heroicidad a la que no muchos se arriesgan.
Cuando conoces a alguien que ama, que se ama a sí mismo y sabe cómo vivir mejor su vida, es como si estuvieras viendo una película de los años 80 – 90, parece casi ficción hoy en día, al menos en este país.
Esas personas te hacen querer ser mejor, y calman tu ataque de autoprotección haciéndote aprender a sentir de nuevo, desde una energía de apertura real hacia ti. No digo que siempre sea agradable, sentir que le haces daño a una persona que ama, solo porque es lo que has tenido que aprender para defenderte, no es agradable, te hace sentir mal contigo misma, y a nadie le gusta mirarse realmente al espejo y descubrir que está actuando mal, que no eres tan buena como querías creer, y que las excusas para actuar de esa forma ya no pueden cobijarte en la inconsciencia para dormir bien con tus actos por la noche. Porque esa persona que sabe amar, normalmente no te devolverá el golpe cuando se sienta herido, probablemente ni siquiera te hará saber directamente que estas actuando mal, solamente te amará sin condiciones y te enseñará a sentirte bien contigo misma sea cual sea la circunstancia externa que te haga sentirte atacada.
Esas personas que saben amar, son pura sabiduría en bruto, se mantienen firmes en sus emociones, sean cuales sean las que les vienen de fuera, y no porque no perciban nada a su alrededor, son conscientes igual que el resto del ataque emocional, del dependiente de una tienda que le está hablando en malas condiciones, o de la falta de respeto, pero simplemente aceptan eso que perciben y automáticamente lo filtran en su pureza propia. No sé muy bien como lo hacen, yo siempre he sido de las personas que se sienten atacadas como cualquiera y con cierta provocación entro al juego, y luego esas emociones me afectan y me desconectan de mi misma.
Pero ellos, los que saben amar, lo hacen así, simplemente son ellos mismos, en coherencia y conexión constante con su luz interior y su puro amor. Ellos reciben, escuchan, respetan y filtran. No van del extremo del ataque al extremo del “pues muy bien, me da lo mismo”.
Evidentemente siguen siendo humanos, con sus inseguridades, sus ansiedades y sus miedos, con sus afecciones y sus heridas, y continúan aprendiendo como todo el mundo, porque hoy en día, casi nadie nace en este planeta aprendiendo a amar incondicionalmente; pero simplemente no permiten que las circunstancias de la vida les cambie de tal forma que no puedan volver a reconocerse a sí mismos, que les duerman los sentimientos más puros, que les insensibilicen, que les obliguen a crear una coraza de desconfianza, o que les quiten su inocencia y el poder sentirse bien con ellos mismos. Porque ellos no aman para poder cubrir sus necesidades emocionales con el amor de los demás, sino que lo hacen generosamente, desde el conocimiento del amor incondicional.
¿Y dónde están esos héroes, esos maestros de vida?, muchas veces, más cerca de lo que piensas, si es tu intención emprender el camino de la reconexión. Y cuando aparezca una de esas personas que te aman sin condiciones, sea pareja, amigo, familiar o un desconocido, puede que sientas que el primer paso de amor verdadero empieza en ti, en tu ser, no desde el orgullo o el ego, no porque interiormente te sientas inferior y trates de cubrirte de amor propio en esas condiciones, sino porque simplemente eres tú, y sabes que no tienes nada que temer en este universo, nada que te juzgue realmente dentro de tu corazón, en tu esencia, y no tienes que ganarte el amor de nadie más que de ti mismo, para luego poder expresarlo y compartirlo apropiadamente con los demás.
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