Él era tan optimista, que a su lado me sentía un problema con patas. Lo que para mi suponía un inconveniente, para él era una estupidez que con sólo cambiar el punto de vista, dejaba de serlo. “Si tiene solución, ¿Para qué preocuparse? Si no tiene solución, ¿Para qué preocuparse”. Me cabrea pronunciar “su frase”. Carece de cualquier tipo de sentido. Es como pretender sentirte feliz al compararte con las personas del tercer mundo. ¿Qué sentido tiene si tú vives en el primer mundo y tus necesidades son otras? Las típicas frases de Mr. Wonderful tipo “Sonríe, es gratis” me repatean…
Para Marcos, cualquier persona resultaba interesante, cualquier evento era atrayente y cualquier circunstancia era fácil. Me recordaba a mi padre, siempre tan sereno y con esa capacidad de quitarle hierro a todo lo que no fuera estar empotrado en la cama de un hospital. Por mucho tiempo deseé ser así. Por eso me fijé en él. Me resultaba un tipo sano y estable, de aquellos que en un momento de ira o crispación, jamás perdería los papeles. Sin embargo a mi, ni me caen bien todos, ni me apetece cualquier plan, ni mucho menos me resulta fácil cualquier circunstancia. Mi óptica tiene muchos más ángulos y matices. ¿Un defecto o una virtud? Según cómo se mire.
“Todo es fácil”, me decía. Pero yo no lo consideraba. ¿Acaso no se puede estar triste porque no te sientes conectada al que era tu grupo de amigas? ¿Quizás no es apropiado llorar al ver que tu relación de pareja se está enfriando? ¿Acaso no es motivo suficiente como para cabrearte el ver que no puedes contar con personas a las que has ayudado? Estaba en todo mi derecho. Es más, sentirme así en cada una de esas situaciones me convertía en alguien sana. ¡Soy humana y estoy viva!
Me resulta hipócrita decir que todo está bien, básicamente porque es imposible que así sea. Por lo tanto, o mientes o niegas la evidencia.
Después de unos meses de empezar en serio, me sentía desconectada de él. Fingía que todo estaba bien y me tragaba lo que sentía, por incómodo que fuese. Temía que viera esa parte de mi que en aquel momento consideraba oscura. Básicamente no me permitía ser quien ser quien soy. Por momentos me detesto a mi misma al recordar cómo me juzgaba cuando sentía que había algo que no me llenaba. Pensar que era demasiado complicada o que nunca estaba contenta con nada me hacía daño.
Necesitaba intimidad, miradas de complicidad, caricias, sentir que en esa cena yo era la más especial y que intuyera cómo me sentía… Pero su practicidad y mi falta de apertura impedían todo eso. ¿Cómo voy a conectar con alguien con quien ni siquiera me atrevo a expresar lo que siento? Sabía que siempre estaría allí, que sería respetuoso y que me incluiría en su planes de vida. Pero no era una historia de amor, nos queríamos pero no nos amábamos.
Cuando le dejé se quedó helado. Me resultaba increíble. La que se suponía que era la problemática había experimentado en sus propias carnes lo que él ni siquiera había intuido. Vernos fin de semana tras fin de semana y llamarnos a diario no era suficiente. Lo que sentía era real y mientras me culpaba a mi misma por sentirme angustiada, triste o vacía, estaba negando lo evidente. Aquello no funcionaba.
Me siento cruel al reconocer que el verle llorar desconsolado días más tarde me hizo entender que no soy una paranoica-obsesiva. Fue como si de repente, todo lo que no había sentido ni expresado, le sobreviniera de golpe. De repente estábamos más cerca el uno del otro. Tal vez se dio cuenta de que no siempre todo está bien y yo, de que no estoy tan loca.
Si quieres leer más historias como la de Sara no te pierdas:
http://www.espaitau.es/capitulo-7-ana-la-chica-estancada/