Capítulo 1: Los rechazos múltiples de Laura

Una vez más miraba el móvil y nada. Seguía sin recibir señales de él. “¿Cómo puede ser que en cuestión de semanas los papeles hayan cambiado?”, se preguntaba.

No tenía intención de meterse en ninguna historia confusa. Simplemente él llegó a su vida cuando ella ni siquiera estaba buscando. Iba proponiéndole cafés, luego vinos y más adelante cenas. Después de su insistencia, Laura decidió probar. Digo “probar” porqué estaba algo cansada de invertir su tiempo en quedadas que a menudo no llegaban a nada. Y si llegaban a algo era a sentir esa sensación de rechazo que le carcomía.

Aprendió que el amor implicaba esfuerzo, esfuerzo para que el otro le quisiera, estuviera por ella, deseara pasar los fines de semana a su lado e incluso parte de sus vacaciones. “¿Tanto pido?”, preguntaba a sus amigas. “Si le gusto, ¿Porqué no puede ser fácil?”. Muchas de ellas, con la buena intención de ayudarle, despotricaban contra el chico que en aquel entonces era el protagonista de su malestar emocional: “Tú vales mucho más que esto Laura. Es un imbécil”. Pero a ella no parecían aliviarle esos comentarios. Era más de lo mismo de lo que ella ya sabía hacer sola. Simplemente se encallaba en culpar al otro. Los deseaba a su lado pero a la vez se ensañaba contra ellos. Era como una niña pequeña frustrada a la que le arrebatan el delicioso helado que se está comiendo.

“¿Qué les pasa a los hombres? ¿Tan difícil es que alguien se quiera comprometer? ¡Yo no merezco esto!”

La rabia que sentía era auténtica y lógica, vivía constantemente situaciones injustas. ¿A caso no es injusto desear a alguien y que ese alguien no desee lo mismo que tú?

Lo que no sabía es que su historial de rechazos no era casual. Ni siquiera se le pasaba por la cabeza que sus elecciones fueran inadecuadas o que fuera ella misma la que estaba siendo injusta con su persona.

Su leitmotive era convencer al otro de que no era apropiado lo que hacía, de que su interés hacia ella era ínfimo y que, por la edad en la que se encontraban, esa relación cogida por pinzas no era lo que tocaba.

Laura tenía razón. Pero era incapaz de dejar de señalar al otro para poder verse a sí misma, a su falta de amor y de respeto. Se olvidó de que ese discurso debía dárselo a ella. ¿Quién le obligaba a permanecer en esas historias que le frustraban una y otra vez? No tenía herramientas suficientes para protegerse de esos affaires dañinos. Cuando esos hombres le dañaban, simplemente permanecía ahí. Como si quisiera convencerles de que era suficientemente válida, cómo si deseara hacerles ver que vincularse con ella iba a ser maravilloso. Pero con su actitud, dejaba de ser maravillosa por momentos.

“Estoy cansada de esperarte, mejor que esto acabe aquí. Yo paso de esto. Que te vaya bonito”. Un WhatsApp claro y conciso que envió arrebatada por un ataque de desesperación. Tenía el convencimiento de que estaba cerrando esa historia y que, al final, se estaba empoderando y diciendo “¡Hasta aquí!”.

Lo que no sabía es que ese mensaje era un simple intento de provocación con el fin de que él reaccionara. Pero no ocurrió. En unos días volvió a sentirse ansiosa, se preguntaba si él daría de nuevo señales y si fue demasiado duro lo que le escribió, así tenía la excusa perfecta para disculparse y volver a reprender el asunto que les unía.

Nadie le pidió que diera tanto, nadie le reclamó que invirtiera todo ese esfuerzo. ¿Era justo entonces que exigiera todo ese afecto que ella había dado?

No comprendía que ellos no eran malos, simplemente daban lo que querían.

Y simplemente ella permanecía donde quería, por muy dañino que fuese.

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