El bien hay que hacerlo bien







Hacernos pequeños, para ser grandes. Seguramente todos hemos escuchado estas palabras, la hemos leído en la Biblia o tal vez alguno de nuestros profesores o familiares cercanos nos las ha transmitido con su gran sabiduría. ¡Pero qué difícil es entender esto y qué pocos lo llevan a cabo cuando lo que se ansía es el gran poder! ¿Cómo uno va a ser grande haciéndose pequeño? ¿Cómo uno va a ser el primero, mostrándose el último? ¿Cómo se puede conseguir destacar practicando la humildad? ¿Cómo se puede ser feliz haciendo felices a los demás?

Humildad no es pensar que eres menos, es no creerte más.

Para ello debemos comprender que la verdadera humildad no va de abajo arriba, sino de arriba abajo. No consiste en que el inferior reconozca la supremacía del superior, sino en que el superior sepa inclinarse con respeto ante la inferioridad del otro (comentarista Oración y liturgia).

Es muy difícil de entender porque para ello, hay que practicarlo. El entendimiento solo es posible cuando estos pensamientos filosóficos los ponemos en obra y los llevamos a la acción.

Es muy difícil porque en este mundo que vivimos y que hemos construido entre todos, lo que se anuncia, lo que se vende, lo que se transmite y sobre todo lo que se practica, es totalmente lo contrario. La grandeza, el poder, el éxito, el dinero, el estatus social pasa por estar frente a los focos, en los titulares de las noticias, en la boca de los supuestos influencer o en el centro de las reuniones.

Pero no hace falta ponerse de rodillas para hacerse pequeño, esconderse en la sala de reuniones, ser el que enciende las luces o el que empuja el carro de la basura. Es solamente pararse y el bien hacerlo bien.

Queda muy claro en estas palabras que transcribo de la meditación del Padre Raúl Romero López, del Jueves Santo pasado:

Jesús se puso a secar los pies.

No era necesario, pero es el detalle, el querer terminar la obra buena, el culminar No podemos dejar las cosas a medio hacer, a medio acabar. El bien hay que hacerlo bienEn la vida todo lo dejamos a medias, sin terminar, cuando lo que hacemos, lo hacemos sin amor.

El médico deja las cosas a medio hacer cuando se limita a recetarnos medicinas Tiene que querer a sus enfermos, tratarles con cariño. Aquello que antes llamábamos “médico de cabecera”. El que no sólo cura sino cuida. El que no sólo pone las gomas para auscultar el órgano del corazón sino sus latidos profundos, sus sentimientos más íntimos.

El maestro no debe limitarse a impartir unas clases y esperar el fin de semana o las vacaciones Tiene que querer a los niños. Y el niño es niño no sólo en la escuela sino también en la calle. Qué bonito cuando los niños se acercan a sus maestros a saludarles con cariño.

El sacerdote no se limita a hacer bien los actos del culto en la Iglesia. Tiene que querer al pueblo, a los feligreses y sentirse hermano entre hermanos El sacerdote que, como dice el Papa Francisco, unas veces, va delante de las ovejas, otras en medio y también detrás. Delante porque siempre se adelanta cuando hay algún problema, o hace falta hacer algún servicio urgente. En medio, con olor a oveja, caminando con el pueblo en lo bueno y en lo malo: compartiendo el pan duro y amargo de los días de luto y también el pan blando y crujiente de los días de fiesta. Y detrás porque siempre hay ovejas débiles que no pueden seguir al rebaño; ovejas recién paridas que tienen que cuidar a sus corderitos. El sacerdote, lejos de ser una carga para la comunidad, ayuda a llevar la carga de los demás.

Los hijos que atienden a sus padres ancianos por “obligación” por el qué dirán entonces los padres se sienten que son estorbo y sólo piensan en morirse para no dar malHay que hacerlo todo con cariño. Siempre recordaré las bonitas palabras del padre de un amigo sacerdote que iba todos los domingos a ver a su padre anciano, en silla de ruedas, cuidado por su hija y nietas: “La verdad que yo me moriría y no sería un estorbo para vosotrospero ¡Me queréis tanto!”

Hablamos del médico, del maestro, del sacerdote, de los hijos, de los padres; pero cada uno de nosotros allá donde estamos, ¿qué hacemos? ¿Hacemos bien el bien? ¿O como se comenta en la reflexión, todo lo dejamos a medias, sin terminar y sin amor alguno?

Cuesta tan poco entregarnos de verdad a quien tenemos delante simplemente haciendo bien lo que tenemos que hacer bien. No terminamos de entender que el trabajo es servicio, es dar lo que hemos recibido: nuestras capacidades, dones, cualidades, sabiduría, experiencia, habilidades. El trabajo es hacer el bien, un bien que alguien necesita y para ello hay que hacerlo bien, abajándonos y poniéndose al nivel de quien tenemos frente a nosotros, para escucharle y atenderle como se merece y como es nuestro deber. Y esto no es cosa del aprendiz, del maestro o del gran jefe; es una obligación de cada uno y con la función que desarrolle.

Hacernos pequeños para ser grandes y poder ver desde la humildad, desde la escucha, desde la generosidad, desde el amor. Para ver desde el bien, lo que está bien.
Muchas gracias por estar aquí y compartirlo.

"Solo podemos iluminar el mundo si transmitimos luz"
"Solo podemos dejar huella con nuestra acción continua"

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