La inseguridad alimentaria, el hambre y la desnutrición a menudo se consideran un espectro continuo, de modo que la inseguridad alimentaria conduce al hambre y, en último término, si éste es suficientemente acusado o prolongado, a la desnutrición. De acuerdo con este punto de vista, la inseguridad alimentaria indica un acceso inadecuado a los alimentos por alguna razón, el hambre es la manifestación fisiológica inmediata de un consumo insuficiente y la desnutrición describe las consecuencias bioquímicas y físicas de una ingestión insuficiente a largo plazo.
Esta continuidad desde la inseguridad alimentaria al hambre y, finalmente, a la desnutrición, afecta a muchos niños, especialmente en los países en vías de desarrollo; sin embargo, no todos los niños en situación de inseguridad alimentaria experimentan hambre, ni todos los desnutridos presentan esta situación antes de llegar a la desnutrición.
Cada uno de estos procesos, no sólo la desnutrición, tiene consecuencias sobre el sujeto, la familia y la sociedad. Por tanto, la visión de estas situaciones como un espectro continuo inevitable distorsiona la estimación de la prevalencia, las causas y las consecuencias de cada una de ellas. Además, puede dar lugar a políticas y tratamientos inapropiados, así como a un fracaso en la detección y remedio de todo lo que no sea una desnutrición evidente. Es importante comprender la naturaleza de cada uno de estos problemas y sus relaciones entre sí.
Que es la inseguridad alimentaria
La definición más amplia aceptada de forma general de inseguridad alimentaria consiste en una «disponibilidad limitada o incierta de alimentos nutritivamente adecuados y seguros, en unos formatos y vías de distribución socialmente aceptables». Esta definición comprende conceptos acerca de la certidumbre de la disponibilidad a corto y largo plazo de los alimentos, el interés acerca de la suficiencia, la calidad nutricional y seguridad de los alimentos y la aceptabilidad cultural y social de los alimentos disponibles y los medios de abastecimiento.
El concepto de seguridad alimentaria difiere dependiendo de si la perspectiva es mundial, nacional, familiar o individual. Desde un punto de vista global, la seguridad alimentaria atañe a la disponibilidad total de suficientes alimentos para alimentar a la población mundial. La seguridad alimentaria desde una perspectiva nacional también se refiere a la disponibilidad de alimentos.
Sin embargo, la cuestión no es si se producen suficientes alimentos a escala mundial para alimentar a toda la población del planeta, sino si se producen/importan suficientes alimentos para abastecer a la población del país. En el ámbito familiar, la seguridad alimentaria tiene que ver con la disponibilidad y el acceso a suficientes alimentos a partir de la propia producción familiar, las compras locales o una combinación de ambas. La seguridad alimentaria, desde una perspectiva individual, consiste en la cantidad y calidad de alimentos disponibles para el consumo por parte de un sujeto concreto. Se trata de una función de la disponibilidad y el acceso a los alimentos en el entorno familiar.
Medidas de seguridad alimentaria
La valoración de la inseguridad alimentaria a escala mundial o nacional se realiza estimando el número de personas cuyo consumo no proporciona energía suficiente para satisfacer sus necesidades calóricas básicas. A menudo equivale al número de sujetos desnutridos. Sin embargo, esta definición sólo refleja la disponibilidad de alimentos nacional, no la capacidad de una persona de acceder a los alimentos.
Por tanto, mientras el número de sujetos desnutridos sea una medida directa de la inseguridad alimentaria a escala mundial o nacional, no podrá reflejar el acceso y la utilización de los alimentos por parte de cada persona. Por consiguiente, no es una medida de la inseguridad alimentaria válida en los niveles familiar o individual. Aunque se dispone de una serie de instrumentos para medir la seguridad alimentaria, ninguno está exento de problemas.
Es obvio que la inseguridad alimentaria afecta al consumo y, en consecuencia, al estado nutricional. Además, la determinación del aporte individual, bien de forma directa o indirecta a partir del número de personas desnutridas, valora algunos aspectos de la seguridad alimentaria (p. ej., suficiencia de energía).
Sin embargo, no evalúa los componentes cognitivo y afectivo de la incertidumbre acerca de la seguridad alimentaria, ni tampoco la inadmisibilidad o insostenibilidad de la inseguridad alimentaria. Por ejemplo, existe inseguridad alimentaria cuando hay ansiedad relacionada con que los alimentos, aunque suficientes en el presente, puedan ser insuficientes a corto plazo. No sólo el crecimiento, en sí mismo, no valora muchos de los componentes de la seguridad alimentaria, sino que es una consecuencia indirecta del estado de salud y la asistencia, además del consumo. Por consiguiente, para valorar la inseguridad alimentaria es importante medir no sólo la disponibilidad y el acceso a los alimentos, sino también la sensación de inseguridad alimentaria (p. ej., cómo se sienten los sujetos respecto de la seguridad de su suministro de alimentos).
Prevalencia de inseguridad alimentaria
La inseguridad alimentaria es mucho más prevalente en los países en vías de desarrollo que en los desarrollados. Cerca del 18% de los sujetos en las naciones en vías de desarrollo padece desnutrición. Estos cálculos varían a lo largo del mundo, desde un 33% de toda la población en la mayor parte de
África o un 17% en Asia y Oceanía, hasta valores mucho menores en la basan en el número de personas desnutridas, es obvio que incluyen sólo a los sujetos cuyo consumo es tan bajo que da lugar a desnutrición. De ahí que sea probable que la prevalencia de inseguridad alimentaria, en su sentido más amplio, sea considerablemente mayor. Por otro lado, estos cálculos consideran equivalentes la inseguridad alimentaria y la desnutrición debida a una combinación de aporte de nutrientes y asistencia insuficientes.
Consecuencias de la inseguridad alimentaria
Las consecuencias biológicas de la inseguridad alimentaria son secundarias al consumo insuficiente. Sin embargo, las consecuencias sociales y de conducta pueden ser resultado tanto de la vivencia de la inseguridad alimentaria por parte de la familia o el sujeto como de las consecuencias biológicas. Por ejemplo, una inseguridad alimentaria en mujeres suficientemente acusada para originar un déficit nutricional y, por tanto, una desnutrición, da lugar a una alta prevalencia de niños con bajo peso al nacer y puede afectar negativamente a la producción de leche materna.
Estos efectos, a su vez, influyen en el desarrollo cognitivo y neurológico de los hijos, lo que ocasiona unos menores logros educativos y, en consecuencia, una menor probabilidad de encontrar un trabajo productivo en la vida adulta. Los sujetos afectados de manera más grave presentan menores aptitudes para trabajar, lo que reduce su capacidad para asegurar su alimentación.
Este círculo vicioso puede continuar de una generación a otra, perpetuándose tanto las consecuencias biológicas de la inseguridad alimentaria como las consecuencias secundarias a la respuesta conductual y psicológica a ésta. Incluso la inseguridad alimentaria que no causa una desnutrición evidente puede asociarse a un bajo consumo de alimentos como fruta y verduras frescas y, por consiguiente, a un menor aporte de nutrientes esenciales (p. ej., vitaminas A, E, C y B6, así como magnesio, potasio, zinc o fibra).
Algunos estudios indican que las mujeres de familias con inseguridad alimentaria tienen más riesgo de presentar índices de masa corporal elevados y de ser obesas.
Los posibles mecanismos incluyen el menor coste y el consiguiente consumo excesivo de alimentos densos en energía; el exceso de ingesta cuando se dispone de alimentos; los cambios metabólicos que permiten un uso más eficiente de la energía; el temor a la restricción alimentaria; la preocupación por la comida; y diversos aspectos ambientales. Sin embargo, no se trata de una relación lineal; ni la incidencia de obesidad ni los índices de masa corporal de las mujeres de familias con problemas más graves (p. ej., hambre infantil) difieren de los de aquellas que pertenecen a familias con seguridad alimentaria.
Manifestaciones clínicas de la inseguridad alimentaria
A menos que la inseguridad alimentaria sea suficientemente grave como para causar un consumo de alimentos insuficiente y desnutrición, no se asocia con signos o síntomas evidentes.
Por consiguiente, no es probable que los médicos u otro personal sanitario la reconozcan. Además, incluso aunque se sospeche, el médico puede hacer poco más que manifestar su comprensión y solidaridad y remitir el caso a los servicios sociales y programas correspondientes.
No obstante, considerando la clara prevalencia de inseguridad alimentaria entre las familias pobres, es probable que los médicos que atienden a estas familias se encuentren con niños en tal situación.
Cuando se sospecha una inseguridad alimentaria, deberán hacerse más preguntas, tanto para confirmar tal situación familiar como para valorar su gravedad. Estas valoraciones incluyen información acerca de la dieta del niño.Una entrevista sobre la frecuencia de la alimentación, que aporta información acerca del número de raciones semanales de cada grupo principal de alimentos, es un punto de partida razonable.
Si se evidencia una dieta desequilibrada (p. ej., consumo bajo de cualquiera de los grupos de alimentos), el paso siguiente consiste en que la madre lleve un diario completo de los alimentos a lo largo de 3-5 días.
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Si se realiza y analiza de manera apropiada, puede proporcionar información cuantitativa sobre la ingestión de alimentos, incluidas estimaciones del aporte de nutrientes específicos. Esto puede hacerlo tanto el médico, como un nutricionista o un dietista.
Hambre
El hambre es la sensación de inquietud que aparece por la falta de alimentos.
Es una consecuencia potencial, aunque no inevitable, de la inseguridad alimentaria. Sin embargo, el concepto de hambre difiere entre las personas, incluso entre sujetos con consumos semejantes. Por tanto, resulta incluso más difícil de definir y valorar que la inseguridad alimentaria.
Prevalencia del hambre
Un cuestionario desarrollado por el Community Childhood Hunger Identification Project clasifica de forma fiable a las familias en «hambrienta», «con riesgo de hambre» o «no hambrienta», basándose en la respuesta a ocho preguntas estandarizadas acerca de la experiencia de niños y familias de inseguridad o insuficiencia alimentarias atribuibles a una escasez de recursos. Utilizando esta medida de insuficiencia alimentaria como el principal indicador del hambre, este proyecto estima que el 8% de los niños estadounidenses pobres y menores de 12 años experimenta hambre de vez en cuando y que un 21% adicional se encuentra en situación de «riesgo de hambre». Sin embargo, el hambre es incluso más prevalente en los niños de las familias con rentas más bajas.
En estas familias, puede existir hasta un 21% de niños hambrientos y un 50% más con «riesgo de hambre». Esto señala que casi un 75% de los niños más pobres de EE.UU. puede experimentar inseguridad o insuficiencia alimentarias. También apunta a que el hambre es un asunto de importancia para muchos de esos niños y un problema serio para algunos. Por otro lado, obviamente no todos estos niños presentan una inseguridad alimentaria de tanta gravedad como para dar lugar a desnutrición.
Manifestaciones clínicas del hambre
La naturaleza vaga del hambre dificulta su reconocimiento. Además, debido a que la percepción del hambre varía considerablemente entre las personas, incluso con la misma dieta, o en un mismo sujeto de un día para otro, no resulta útil preguntar al niño si tiene hambre o interrogar a los padres al respecto.
Si se sospecha una situación de hambre, puede ser de utilidad emplear el cuestionario parental desarrollado por el Community Childhood Hunger Identification Project u otro similar. Debe evaluarse la posibilidad de déficit de nutrientes en los niños identificados de este modo como «hambrientos» o con «riesgo de hambre». Si existen tales carencias, deberán tratarse con suplementos o con consejos sobre la dieta.
Debe dirigirse a los padres al organismo adecuado que los pueda ayudar.
En algunos casos, resulta útil un cambio en el patrón de comidas sin que se produzca un incremento del consumo total. Por ejemplo, si se evitan comidas enteras para «estirar» el dinero disponible para alimentos, puede ser útil reducir la cantidad de otras comidas con el fin de que el número de comidas diarias sea adecuado.
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