QUÉ ES EL MIEDO AL MIEDO

El miedo al miedo suele referirse a los trastornos de pánico y a la agorafobia, así como a la ansiedad (concepto omnipresente en psicología); y es el temor anticipado o preocupación continua que tiene una persona a que se repitan nuevos ataques de pánico o de gran ansiedad.

El trastorno de pánico es un estado de enorme ansiedad donde la persona afectada sufre episodios frecuentes incontrolables de miedo súbito al recordar episodios pasados traumáticos, aunque esté en ausencia de peligros reales.

Las personas agorafóbicas tienen miedo a la activación fisiológica de su cuerpo generada por la ansiedad y a los pensamientos sobre las consecuencias terribles que puedan traer, como la idea de morir de un infarto.

Y la ansiedad, concepto ambiguo y abarcador, suele utilizarse como referencia de otros términos similares como miedo, tensión, aprensión, preocupación, temor, nerviosismo o estrés.

Entonces tener miedo al miedo significa vivir con los recuerdos temerosos del pasado que proyectamos hacia un futuro incierto. Es la ansiedad o miedo que sentimos al pensar obsesivamente en una situación o actividad que tememos y que está pendiente de ocurrir. Y al analizar nuestros sentimientos de temor acabamos teniendo un miedo anticipado, insidioso y expansivo.

El miedo al miedo se convierte así en un círculo vicioso: acabamos teniendo miedo de volver a experimentar la ansiedad, de volver a sufrir un ataque de pánico, de volver a sentirnos mal. Nos da miedo tener miedo, porque hemos aprendido que el miedo es sufrimiento.

Pero quizá también podrían añadirse otras emociones cuya definición integren la palabra miedo; por ejemplo la vergüenza, que creo que encaja bien aquí.

Trastorno de pánico: miedo a revivir el miedo

El trastorno de pánico (también llamado crisis de ansiedad) es un miedo intenso, incontrolable, acompañado de síntomas físicos (como aceleración del ritmo cardíaco, dolor en el pecho o el abdomen, mareos, sudores, angustia, falta de aire) que hacen que la persona crea que está a punto de morir o de enloquecer (miedo a perder el control).

Qué es el miedo al miedo


Estos ataques de terror son tan traumáticos que el individuo que los sufre llega a temer que vuelvan a producirse, incubando el miedo de volver a experimentar el miedo que pasó. Cualquier pequeño síntoma físico que evoque el miedo lo interpreta como una señal que precede al ataque de pánico, y automáticamente liberará el miedo recordado (lo que se llama la “espiral de pánico”).

La sensación es tan desagradable para la persona que, aun sabiendo teóricamente que se puede superar ese miedo enfrentándose a él, aceptándolo como una emoción desbocada que se puede aprender a domar, en la práctica prefiere evitar desafiar a su miedo porque el coste en emociones negativas le parece demasiado alto. Y al escapar al enfrentamiento que podría desmontar su miedo imaginario, la angustia aumenta y se va consolidando en su mente.

La sucesión de varios episodios de pánico producen cambios importantes en el comportamiento de la persona afectada. Si esos cambios llegan al extremo de depender de gente cercana o de lugares donde la persona se siente segura (por ejemplo su casa), el trastorno progresa hacia la agorafobia, porque el miedo a los ataques de pánico es un potente estímulo en el individuo que le prepara para evitar todos los sitios donde tenga posibilidades de manifestarse (lugares públicos, multitudes).

Agorafobia: miedo a lugares públicos y a las aglomeraciones

La agorafobia es el miedo intenso a los espacios abiertos, donde el individuo fóbico cree que no podrá recibir ayuda en caso de sufrir un ataque de pánico. Teme volver a experimentar las sensaciones físicas asociadas al pánico que están grabadas en su memoria.



La persona agorafóbica teme aquellas situaciones que le puedan crear mucha ansiedad y la consecuente activación fisiológica (taquicardia, sudoración, temblores), por lo que puede acabar encerrada en su pequeña parcela vital (su casa, incluso solo su cuarto) para evitar esa cantidad de ansiedad que cree inasumible.

Cuando alguien ha sufrido varios ataques de pánico debido a sus viejos hábitos mentales, ante cualquier novedad los pensamientos trágicos pueden surgir automáticamente, como el miedo a un infarto, a desmayarse o a volverse loco.

Es decir, se puede desarrollar en su mente un miedo a volver a sufrir el miedo sentido durante un ataque de pánico, porque ha aprendido a vigilar constantemente sus sensaciones físicas y, cuando las detecta, teme que sea el principio de un nuevo ataque de pánico, lo que provoca el aumento del nivel de ansiedad. Le da pánico el propio miedo.

La vergüenza: miedo a la mira del otro

El psicólogo estadounidense Albert Ellis decía: Poco después de empezar a utilizar la TREC con mis clientes, en 1955, me di cuenta de que la vergüenza es la esencia de gran parte del sufrimiento humano.

El miedo a ser avergonzado, ridiculizado o humillado existe, y es muy poderoso. El miedo a la vergüenza puede provocar alejamiento, aislamiento e incluso muerte.

A menudo nosotros, los tímidos, no nos atrevemos a actuar. Sentimos que la vergüenza es una emoción peligrosa para nosotros, una amenaza seria a nuestra integridad (al menos a nuestro “yo social”, la imagen que damos a los demás). Es un desencadenante del miedo.



Sentir vergüenza es desgarrador, amargo, triste. Mi vergüenza es el miedo a ser yo mismo con mis limitaciones y defectos por creer que causarán rechazo, es no poder estar cómodo con mi realidad.

Los tímidos a menudo no nos atrevemos a actuar porque nos sentimos amenazados por la vergüenza: tenemos miedo de sentir vergüenza. Pero ese sentimiento ha sido inventado por nuestra imaginación que recrea la experiencia vergonzosa antes de que suceda. Ahí está el miedo, en ese peligro anticipado, en esa construcción mental.

La mayoría de los que tenemos fobias sabemos que sufrimos de un miedo absurdo, irreal, pero todavía no hemos aprendido a controlar la intensa reacción emocional ante el estímulo que nos provoca ansiedad.

La emoción es más potente que la razón, porque ha tenido mucho más tiempo en nuestra evolución para aclimatarse y arraigar profundamente. Saber que no hay nada de que asustarse no suprime el miedo (aunque es un primer paso imprescindible). El peligro se advierte aunque no exista objetivamente. Por eso hay que gestionar las emociones desde fuera de éstas, negociándolas desde el estudio, el razonamiento lógico y la introspección.

El miedo, una emoción básica universal

El miedo es una emoción innata universal, la más común y poderosa entre los animales, una alarma de supervivencia para adaptarnos a nuestro medio ambiente. Es una emoción imprescindible e inevitable desarrollada durante millones de años como un sofisticado sistema de supervivencia del ser humano, junto con las demás emociones como la ansiedad, la ira, la felicidad o la tristeza.

Es un elemento de protección frente al peligro. Sin miedo seríamos imprudentes y temerarios. El miedo no significa cobardía, sino la conciencia de nuestras limitaciones. Por eso no hay que temer al miedo, ni evitarlo, porque básicamente es nuestro aliado.

Pero a veces (quizá demasiado a menudo) le damos un poder absoluto cuando nos dejamos dominar por nuestras creencias irracionales, convirtiéndonos en esclavos de nuestros temores imaginarios. Entonces entramos en una constante alerta para impedir todo lo que pueda activar nuestro miedo y evitar sentirnos mal.

Qué es el miedo al miedo


El filósofo griego Epicteto, un estoico nacido en el siglo I, decía: “No nos dan miedo las cosas, sino las ideas que tenemos acerca de las cosas”.

A veces creemos que al tener miedo al miedo estamos preparándonos para evitarlo, que nos pone en alerta para escapar del peligro, cuando realmente lo que estamos es generando el miedo y experimentándolo en el presente, lo que nos transforma en seres débiles y ansiosos.

El miedo, o la ansiedad, no nos hace débiles si sabemos aprovechar lo que nos ofrece. Todas las personas, aunque a menudo no lo reconozcan, sienten miedo ante circunstancias diversas. La clave es sentirse capaz de experimentar miedo, de poder soportarlo, y mediante esta actitud perseverante se crea un hábito que anula (o debilita cada vez más) el miedo a sentir miedo, el miedo a la ansiedad.

Comprender y aceptar el miedo

La cuestión es dejar de considerar el miedo como algo exterior a nosotros que no podemos controlar, aceptando que es parte de nuestra esencia más profunda que hemos adquirido a través de la evolución de nuestra especie. Comprendiendo nuestro miedo y asumiéndolo podremos dejar poco a poco de temerle.

Si evitamos el miedo nuestro organismo nunca se habituará a la adrenalina que nos inyecta esta emoción, con lo que cualquier pequeño estremecimiento corporal lo magnificamos cada vez más: nuestro umbral sensorial empequeñece paulatinamente, nos volvemos cada vez más hipersensibles a nuestra activación fisiológica. Por eso no hay que dejar que el miedo decida por nosotros.

Lo más importante es no huir inmediatamente del miedo. Hay que retarlo al menos unos segundos, sintiéndolo con curiosidad en nuestra mente y cuerpo, siendo conscientes de que es incómodo, pero sabiendo también que saldremos indemnes del combate. Así poco a poco nos acostumbramos a la ansiedad y disminuimos la hipersensibilidad a nuestras sensaciones corporales.

Enfrentarnos a nuestro miedo es pararnos, prestarle atención y tener una conversación con él. Preguntarle qué es lo que quiere, cuál es la finalidad que persigue, a qué sentimos miedo realmente (al ridículo, al fracaso, al rechazo). Y si la conversación dura el tiempo necesario comprobaremos a menudo que es un miedo infundado, una distorsión del pensamiento, una fantasía elaborada por nuestra mente sin ningún poder real sobre nosotros.



En ese momento estaremos preparados para desafiarle, ponerle un bozal y adiestrarle para su verdadera función: ser un guardián fiel de nuestra integridad física y psicológica. Y quizá algún día lleguemos al nivel de sabiduría de reírnos, junto a él, de nuestras elaboraciones mentales distorsionadas, de nuestras creaciones fantasmales infantiles.

Se le preguntó a un maestro qué es lo que habita en el interior del hombre. El sabio respondió:

  – Un perro bueno y otro malo pelean entre sí.

  – ¿Quién de ellos ganará? –preguntó el discípulo.

  – Depende ¿a cuál de los dos tú alimentas más? –respondió el sabio.

Enrique Mariscal: “Cuentos para regalar a las personas que aman”

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Autor: Iñaki Kabato (Colaborador de nuestro Blog)

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