3 señales evidentes que indican que los límites no están claros

Hoy os dejo un pequeño escrito sobre los límites de los que tanto hablo en mis sesiones con familias.

¡Cuidado! Cuando hablo de “límite” no me refiero a una norma o a un “¡No!”, sino más bien al rol familiar que ocupa cada miembro.

Para que en la familia las relaciones se desarrollen de forma sana, cada uno debe ocupar el lugar que le corresponde, ni más ni menos: un apareja es una pareja, un padre es un padre y un hijo es un hijo.

Cuando hablamos de límites difusos, hablamos de familias en que los roles no están bien definidos. No se sabe exactamente el papel ni lo que se espera de cada uno de ellos ya que se van intercambiando según las necesidades del sistema.

Cuando se trata de madres solteras, cuando uno de los progenitores ha fallecido, cuando ha habido una separación sin que se haya generado un buen equipo de padres y cuando existen dificultades de pareja, ¡Las probabilidades se disparan!

Os pondré un ejemplo para que se entienda mejor:

Imaginad que Sara, madre de dos niños, sale a comprar. Antes de irse le dice al hermano mayor “Cuida del pequeño y si se porta mal, ríñele”.

Como veis, Sara está trasladando su labor de madre al hermano mayor, aún no correspondiéndole. En todo caso, lo adecuado sería que Sara se hiciera cargo del niño, delegara dicha responsabilidad a otro adulto o bien le dijera a su otro hijo “Vigila a tu hermano en mi ausencia, llámame si ocurre algo y si se porta mal dímelo cuando regrese”. ¿Lo veis? En esta segunda opción la madre sí que ocupa su lugar aunque ceda cierta responsabilidad a su hijo mayor: ella se encargará de resolver cualquier problema y del posible mal comportamiento de su hijo menor.

Echa un vistazo al listado, te propongo las señales más evidentes que indican que los límites en casa resultan difusos.

¿Hacemos un repaso?

No existe una claridad en los roles que desempeña cada uno.
Es probable que los niños desempeñen tareas propias de un adulto como elegir con papá las cortinas del baño y acompañarle a una cena con sus amigos, recordarle a mamá que hoy toca llevar ropa de deporte o ir a recoger a su hermano al cole y ayudarle con sus deberes.

Es frecuente que se inmiscuyan en conversaciones “de mayores” opinando sobre aspectos que no tocan e incluso se les conceda la potestad para decidir cuestiones que corresponden a los progenitores como qué hacer esas vacaciones, a qué colegio ir, qué cenar o dónde guardar los juguetes.

El niño se suele acoger al rol encomendado aún yéndole grande y siendo disfuncional. Aún así, es muy frecuente que caiga en contradicciones ya que, por un lado es mayor para ayudar con los deberes a su hermano en ausencia de la madre pero, por otro, sufre terrores nocturnos propios de su edad y le pide dormir con ella.

Como veis, el niño se sobreestresa resolviendo aspectos que no le corresponden ya que, aunque se le hayan asignado, sus necesidades y desarrollo emocional corresponden a su edad cronológica.

Un niño debe hacer de hijo, no de compañero.

Hay una escasa autonomía entre los miembros.
Los límites difusos impiden que se desarrolle un espacio personal e intransferible entre los miembros. Por eso, cuando a uno de ellos se le daña, en lugar de que el afectado ponga tierra de por medio, los demás le resuelven la papeleta o incluso se enfrentan con quien le ha ocasionado ese daño.

Además, puede que sus vidas estén tan estrechamente conectadas que lo hagan prácticamente todo juntos. Sin embargo, las necesidades, horarios, comidas y ocio del progenitor y del niño no siempre convergen. Por eso, pretender mezclar lo de uno y lo del otro en el mismo saco es prácticamente imposible. O bien el niño debe hacer un sobreesfuerzo, o lo hará el padre. Según el genograma, es el adulto quién está preparado para adaptarse, no al revés.

 

El estado emocional de un miembro recae de forma masiva en el resto.
Cuando uno de ellos tiene un mal día, está alterado o exaltado, el otro queda totalmente impregnado de dichas emociones. En pocas palabras, lo que hace feliz o desdichado a uno, también al otro.

Puede que, cuando queremos a alguien, empaticemos más intensamente con sus experiencias de vida. Aún así, que tu hijo venga ofuscado del colegio porque se ha enfadado con un niño, no implica que tú también te tengas que enfadar con su amigo. De la misma manera, que esté decaído no implica que ese día el resto debáis estar en duelo y apoyarlo en su tristeza quedándoos en casa toda la tarde.

Sus emociones son suyas y el progenitor debe saber contenerlas sin quedar aniquilado por ellas.

Y en tu caso, ¿Sois de límites claros o difusos?

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