EL DIA QUE DESCUBRI QUE ODIABA SER FUNCIONARIA

Hoy os traigo el extraordinario testimonio de Cristina, una mujer muy valiente que se atrevió a reinventarse hasta dos veces, primero para pasar de una empresa privada para ser funcionaria y después para emprender su propio proyecto.

Sin duda un relato muy inspirador y emotivo que no debes perderte.


Llámame bicho raro, posiblemente lo sea, pero puedo asegurarte que, en mi caso, aprobar la oposición y empezar a trabajar como funcionaria, ha sido una de las peores experiencias de mi vida.

Por muchos motivos,  pero fundamentalmente, porque me falté el respeto a misma al permitir que otros decidieran sobre mi vida, a cambio de la falacia de un sueldo estable y seguro.

MI HISTORIA PROFESIONAL ANTES DE SER FUNCIONARIA

La empresa privada

Nací en el 1979, y soy de la generación X.

Esta generación, según datos de Wikipedia, es en teoría una de las más preparadas de la historia de España.

Muchos de esta generación son universitarios y saben idiomas.

Sin embargo, también es conocida por ser la Generación Tapón, por los bajos sueldos, la sobreabundancia de licenciaturas y los cambios sociales como la crisis económica, que les han impedido llegar a donde pensaban llegar.

Espido Freire en sus ensayos Mileuristas: cuerpo, alma y mente de la generación de los 1000 euros (Barcelona, editorial Ariel, 2006), describe a los mileuristas como una promoción humana de jóvenes trabajadores que con poco más de 1000 euros debe sostener una vida de adultos, por cual no pueden permitirse tener hijos ni relaciones estables, comparten piso con otros mileuristas y aunque están mejor formados que sus jefes, saben idiomas y manejan instrumentos informáticos, que éstos ni siquiera conocen, son sistemáticamente ninguneados y depreciados por estos y no acceden a puestos de superior retribución.

En mi caso, al igual que otros muchos de mi generación, nuestra obsesión en la época de la juventud era estudiar una carrera, para poder desempeñar un puesto de trabajo con el que poder sentirte realizado.

Para esto, era un requisito imprescindible trabajar en aquello que habías estudiado. ¿Te suena?.

Comparado con las nuevas generaciones, esto ya es ciencia ficción… Pero, en nuestra época, este era nuestro máximo objetivo.

La realidad es que muchos lo conseguimos y tras años de esfuerzo en la facultad, máster y demás, la mayoría de mi generación entramos a ocupar puestos en las empresas más top del momento, muchas de ellas multinacionales.

Eso sí como becarios o junior. Pero creíamos, que era cuestión de tiempo y lo mejor estaba por llegar…¡Qué gran decepción!.

Porque, lo que nadie nos dijo, al menos a mí, fue que nuestro anhelado trabajo a parte de tremendamente mal pagado, iba a ir acompañado de jornadas laborales maratonianas y ambientes de trabajo competitivos, marcados por una lucha incansable por conseguir un aumento de sueldo.

En mi caso, tras seis años en el sector privado en el ámbito de recursos humanos, con tres cambios de empresa en mi haber, con mínimas mejoras salariales en el mejor de casos, y más horas de formación y trabajo, decidí replantearme mi carrera profesional, antes de que fuera tarde y estuviera fuera del mercado laboral.

Supongo que esto también te suena..

Estar fuera del mercado laboral era todavía peor que estar dentro.

¿Y ahora qué hago con mi vida?

Pero algo en mí se revelaba contra el sistema y cada día deseaba no desperdiciar más mi tiempo y esfuerzo en hacer un trabajo que me agotaba física y psicológicamente y que, en ese momento, no me daba ni para independizarme, ni para tener una familia, llegado el caso.

De la empresa privada a la Administración pública. De Guatemala a Guatepeor..

Así que aprovechando la estela de una compañera de trabajo, que estaba casi más quemada que yo, decidimos opositar…

Qué gran idea! (Nótese la ironía…, si sigues leyendo lo comprobarás).

Sí, pensé… Esa tenía que ser la solución.

Ser funcionario tenía que ser lo mejor del mundo: sueldo estable, horarios más que aceptables, estrés mínimo…

El paraíso estaba cerca!.

Lo planifiqué todo y me puse a estudiar como si me fuera la vida en ello…

Tuve que pedir una reducción de jornada y después una excedencia, porque trabajar y estudiar una oposición venía a ser prácticamente inabordable.

Tras un año y medio de estudio riguroso, perseverancia, paciencia y alta dosis de motivación, lo conseguí.

Por fin!. Ya era funcionaria, en un grupo inferior al de licenciado, pero funcionaria, al fin y al cabo. Era feliz como una perdiz!..

Pero, por desgracia, la felicidad más que efímera fue fugaz. Y donde esperaba encontrar el paraíso, me encontré con el mayor de los infiernos…

COSAS QUE DESCUBRI CUANDO CONSEGUI SER FUNCIONARIA

La primera cosa que descubrí fue que las cosas se ven distintas desde fuera. Y no me había pasado a pensar detenidamente lo que implicaba ser funcionario, hasta que me di de bruces con ello.

Falta conciliación vida personal y profesional

Lo primero de todo, fue que la plaza que me adjudicaron estaba fuera de la provincia donde residía entonces, Madrid. Es decir, de mi casa, de mi pareja, mi familia, mis amigos y mi perro.

Esto, en sí mismo, ya fue para mí un shock brutal, que me ha pasado una factura emocional de la que aún me estoy recuperando.

Nunca hasta ese momento, había valorado la posibilidad de tener que renunciar a mi vida personal por un trabajo. Y menos aún, cuando uno de los motivos por los que oposité fue fundamentalmente para poder conciliarlas.

Menuda paradoja!..

Pero si el tema empezó mal, no continuó mucho mejor.

Como la crisis económica acechaba, las plazas se redujeron drásticamente y esa era la única opción. Me dijeron que sería solo para dos años y que luego podría trasladarme de nuevo, así que acepté.

Sin embargo, la realidad fue que los dos años se convirtieron en seis. Sí, seis largos años de espera, dolor y mucho sufrimiento.

Llámame tierna, pero lloraba amargamente cada noche y echaba de menos a los míos tanto que se me partía el corazón.

Ausencia de desarrollo profesional

Para más INRI, la ausencia de formación y desarrollo profesional era flagrante.

Me sentía encajonada en un puesto de trabajo, sin posibilidad de cambiar de especialidad, formarme o desarrollarme en ninguno de los sentidos.

En la empresa privada había trabajado como consultora de recursos humanos y no lograba entender cómo podía vivir la Administración ajena al desarrollo de sus empleados.

El desarrollo profesional individual beneficia a la organización porque los empleados se adaptan más rápidamente y mejor a las necesidades de cambio e innovación.

Y esta es, en mi opinión, la clave: la Administración Pública, ni cambia ni innova. Luego el desarrollo profesional se resume en ascender de un nivel c2 a un c1, o de un 18 a un nivel 19, como consecuencia únicamente del transcurso del tiempo.

Vamos, lo que viene siendo una carrera profesional tradicional y obsoleta, basada en la jerarquía, propia de estructuras piramidales anacrónicas.

Falta de motivación

En esta situación, te puedes imaginar que la ausencia de motivación está latente en muchos de los funcionarios, porque si ya de por si es bastante duro el trabajo para algunos de nosotros, el tener que soportar un ambiente tan poco estimulante, supone una dosis extra de frustración.

Es muy común, por tanto, que muchos de los funcionarios dediquen tu tiempo libre y aficiones a estudiar o a practicar hobbies que les supongan retos personales, en una especie de compensación de esta sensación de hastío, que si no se gestiona bien puede acabar en un cuadro depresivo severo.

Depresión

El desarrollo profesional lejos de ser un privilegio de las empresas privadas es un derecho del trabajador.

Son muchos los estudios científicos sobre el tema que demuestran que este mejora la satisfacción del empleado y su autoestima, minimiza el estrés, fortalece su salud física y psicológica y aumenta la productividad.

Pero no solo eso, su ausencia puede derivar en cuadros depresivos y ansiógenos.

En un mundo que avanza a una velocidad escalofriante, las empresas centran su preocupación, a nivel externo en la competencia y a nivel interno en las ventajas competitivas de sus empleados.

El arma más potente que tienen las empresas para obtener ventajas competitivas sostenibles a largo plazo es la fuerza laboral.

Por eso, el desarrollo de sus profesionales es una herramienta de gestión imprescindible, no porque sean una ONG, que no lo son, sino porque se traduce en resultados empresariales y económicos.

Por desgracia, la Administración Pública no tiene esos problemas porque ni necesita rendir cuentas a sus accionistas, ni tiene competidor alguno. Por lo que todo su entramado burocrático está centrado en su perdurabilidad endogámica, más que en ofrecer unos servicios de calidad a los ciudadanos a los que sirven.

¡Surrealismo extremo!

Así que sin darme cuenta, me vi sumida en una espiral de tristeza y depresión, que hizo que en un intento desesperado de supervivencia, intentase cambiar la situación laboral, so pena de acabar rodando la segunda parte de Alguien voló sobre el nido del Cuco.

Pero, como todo lo que no mejora, empeora. La trama se complicó…!

Acoso laboral

En mi empeño por intentar hacer de mi escenario laboral un lugar de mejor, me dediqué a presentar proyectos incluyendo mejoras que podían hacerse, a innovar y hacer propuestas creativas sobre cuestiones que, en mi opinión, podían mejorarse.

Pequé de ingenua…

Porque solo bastó que se produjese una interacción entre un burócrata con 300 años de antigüedad; del: esto siempre se ha hecho así y un funcionario recién incorporado de la generación X, del ¿por qué no podemos hacerlo de otro modo?, para que todo el peso del sistema recayese sobre mi espalda cual rayo perpetrador.

Se me castigó no solo por pensar libremente, sino por atreverme siquiera a plantearlo.

¿Quién demonios era yo? Un maldito nivel C!

Toda mi experiencia anterior, mi formación, mi curriculum, mis másters, incluso mi doctorado, no valían para nada. Ahora estaba en la maldita Administración y allí todo funciona diferente.

El imperio de la mediocridad se cernía sobre mí.

Y no solo no me dejaron llevar a cabo ninguno de los proyectos que presenté, sino que como réplica fui víctima de un acoso contumaz y vil, en el que me relegaron a hacer fotocopias y otros trabajos burocráticos del estilo.

¿Y todo esto por sugerir hacer las cosas de otra manera? No daba crédito!

¡Alguien debía haberme abducido y estaba en Marte!

La tristeza se apoderó de mí tan intensamente, que todavía a día de hoy, me cuesta recordar con nitidez aquella época, en la que vivía como un alma en pena, totalmente alienada y desconectada de mi misma.

Hasta que la tristeza dio paso a la indignación… y decidí poner fin a esa situación antes de que pudiese conmigo.

CRISIS EXISTENCIAL. ¿Y AHORA QUÉ HAGO CON MI VIDA?

¿Y ahora qué hago con mi vida? ¿Qué me queda?

No quiero ser funcionaria, no lo soporto más, pero estoy fuera del mercado laboral…

Es cierto, que había contemplado la idea de vivir sin estrés, sin competitividad laboral y sin jornadas africanas.

Pero de eso, a pasarme el día literalmente haciendo fotocopias y alejada de los míos, había un mundo.

Disonancia Cognitiva

No solo me aburría como un hongo y los días, horas y minutos se me hacían insufribles, sino que además y para mi sorpresa, me di cuenta de que en mis horas muertas añoraba volver a la empresa privada, con mis proyectos, retos profesionales y objetivos.

Echaba de menos a mis compañeros, incluso el entorno competitivo…

¿Me estaría volviendo loca?

Ahí, es cuando percibí en mis carnes eso de que el césped siempre se ve más verde en el jardín de enfrente.

Yo solo quiero ser feliz

No era feliz.

Tenía que buscar una salida y tenía que haber un término medio…

En este punto, en el que me hallaba, cada vez con más frecuencia empezaba a barruntar la idea de emprender mi propio negocio.

¿Por qué no?, tenía dinero ahorrado, tenía inquietudes, era creativa, disciplinada y lo mejor de todo, no tenía hipoteca, ni hijos… (porque soy de la generación x…). Podía hacerlo!, ¡claro que podía,! ¿qué me lo impedía?… El MIEDO.

Paralelamente empecé a preguntarme ¿Qué es lo que me hacía realmente feliz?

Leí el post de Álvaro, La Guía definitiva para planificar tu reinvención profesional en solo tres pasos, y entendí que el dolor te hace moverte y buscar soluciones a la insatisfacción y que el miedo que produce no saber qué hacer es tremendamente paralizador.

Falacia de seguridad

El miedo es una poderosa emoción, que no debemos subestimar. Pero tampoco debemos permitir que controle nuestra vida o pagaremos las consecuencias.

En mi caso tenía miedo a equivocarme de nuevo y fracasar. Después de todo el esfuerzo que había invertido en mi vida, horas de trabajo, de estudio, de formación, de lucha…

La idea de equivocarme de nuevo se me hacía insoportable.

¿Qué es el fracaso?¿Y cuál es el problema de fracasar?

Me di cuenta que todo es una cuestión de enfoque.

Podía enfocar toda mi experiencia profesional como un fracaso o, por el contrario, como un aprendizaje, gracias al cual he llegado hasta aquí.

Gracias a este pensamiento, me di cuenta de que tenía más cosas que agradecer de lo que creía. Al fin y al cabo, nuestras experiencias forjan nuestro carácter y yo ahora soy un poco más sabia que antes.

Considero honestamente que esta última opción es la más acertada, además de más realista, porque ¿qué es la vida si no un continuo aprendizaje, de ensayo y error en continua evolución?

Camino de autodescubrimiento: Valores y fortalezas

Inicié así un camino de autodescubrimiento interior que me permitió reconectar conmigo misma, vencer al miedo y asumir la responsabilidad y control de mi propia vida.

Parte de este descubrimiento provino de la realización de mi propia tesis doctoral, en la cual abordo el bienestar desde una perspectiva científica y su impacto en la salud.

Esto me permitió descubrir que había estado equivocada durante todo este tiempo en mi planteamiento vital. Le había estado dando prioridad a cosas que no tenían ningún impacto real en mi  nivel de felicidad.

Hasta que descubrí cuales era los mitos de la felicidad.

Pero sobre todo me di cuenta de que había obviado algo fundamental y es lo importante que es para mí sentirme conectada con otras personas.

Había antepuesto un trabajo que además odiaba, a mi felicidad. Y a mí ¿qué me hacía feliz?:

Conecté con mis valores personales y descubrí que cuando mejor me siento es cuando puedo desarrollar mis fortalezas, aquello que se me da bien de manera natural, como es la creatividad, la capacidad de amar, la curiosidad, etc.

Además, me di cuenta de que aparte de que valoraba la libertad y honestidad, por encima de todo, lo que a mí me hacía realmente feliz eran los demás, mis amigos, mi pareja, mi familia, mis compañeros de trabajo, etc.

Gracias a estos apoyos he podido enfrentarme con éxito a muchos de las dificultades que he tenido que atravesar a lo largo de mi vida.

HACIA EL AUTOEMPLEO

Fue a raíz de este descubrimiento tan vital para mí, cuando me puse manos a la obra y decidí crear mi proyecto digital: www.BeHappiesT.com.

Es un espacio destinado a la divulgación científica del bienestar y la felicidad, con especial hincapié, en la construcción de relaciones interpersonales saludables y positivas, que es uno de los factores que impactan de manera diferencial en el bienestar y la felicidad.

Cada vez son más las investigaciones científicas sobre el bienestar que ponen de manifiesto el importante papel que desempeñan la calidad de nuestras relaciones personales y no solo en el bienestar, sino también para la salud.

En este contexto, las relaciones de pareja son uno de los aspectos que más fricción y demanda generan por parte de los usuarios.

Dado que nuestra pareja tiene un papel central en nuestras relaciones interpersonales, es vital el que aprendamos a construir y a mantener relaciones positivas y saludables que nos enriquezcan y nos ayuden a crecer.

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Cristina
Soy Cristina, creadora del blog, http://www.BeHappiesT.com. Doctora en Psicología Positiva. Ayudo a las personas a mejorar sus relaciones interpersonales y construir relaciones más positivas y saludables, a través del aprendizaje de recursos y herramientas psicológicas validadas científicamente.

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