Se trata en realidad de compuestos sintetizados por el propio vegetal para defenderse del ataque de hongos, que estimulan su producción, por lo que hay que prestar especial a la eliminación de los mismos en superficie durante la fase de lavado.
Como agentes fotoactivos, permanecen latentes en las células epiteliales, pudiendo provocar quemaduras o aparición de manchas solares tras una breve exposición al sol, ya que potencian la creación de melanina (melanogénesis) y aumentan la sensibilidad de la piel a los rayos ultavioleta.
De carácter mutagénico (dañan el ADN), se ha asociado a los psoralenos cierta actividad carcinogénica en personas con antecedentes, y fenómenos de envejecimiento prematuro de la piel. Se han descrito igualmente, incompatibilidades por aumento de sensibilidad con la tartrazina y casos de dermatitis fototóxica derivada de su presencia en perfumes y otros cosméticos.
En el caso de los psoralenos, su defecto es también su virtud, ya que la industria farmacéutica los utiliza desde hace años para el tratamiento de ciertas afecciones de la piel como el vitíligo o la psoriasis. En el caso de esta última, y pese a que se ha comprobado que mejoran la respuesta al sol, en desuso frente a otros fármacos más selectivos.
En el tratamiento del vitíligo (falta de pigmentación en la piel que padece más de un 1% de la población mundial en distinto grado), la aplicación conjunta de fármacos a base de Psoralenos y radiación UVA estrictamente controlada con fotómetros (Tratamiento PUVA, Psoralenos + UVA), ha conseguido aumentos significativos de la tolerancia a la luz solar y incrementos en la pigmentación cutánea.
Evitar la aparición de manchas solares, también llamadas en ocasiones “manchas del hígado”, tras la exposición al sol (aunque su aparición puede estar ligada a ciertos patrones genéticos), pasa fundamentalmente por manipular estos alimentos con guantes, evitando derrames, salpicaduras y el contacto directo con la piel.