Pese a que la política medioambiental de Vietnam pueda dejar mucho que desear, y concretamente el delta del río Mekong, de donde procede hasta el 90% del que se consume en España, se consagre como punto de afluencia de subproductos tóxicos procedentes de su floreciente industria química; lo que más me preocupa del asunto, independientemente de la calidad final del producto (que también deja mucho que desear), es la tendencia anticrisis que hemos adoptado en España (segundo importador mundial después de Rusia) a consumir habitualmente este pescado, barato en comparación con las variedades locales, pero muy alejado de la composición nutricional de las mismas en cuanto a fracción lipídica (grasas Omega 3) y proteica.
Incluido en menús de colegios, guarderías y otros comedores sociales como residencias de la tercera edad, etc., el concepto saludable de consumir pescado varias veces en semana, pierde relevancia cuando hablamos de esta insustancial variedad.
La mayoría de las empresas suministradoras de menús infantiles (desconozco si todas) ya lo han retirado del listado de ingredientes de sus platos.
Sólo sus dirigentes sanitarios sabrán por qué EE.UU ha prohibido su comercialización. Nadie mejor que ellos para dar cuenta de las miles de toneladas de agente naranja (dioxinas persistentes en el medio ambiente) que fueron diseminadas durante más de 20 años en campos de cultivo y aguas de riego, durante la guerra que los enfrentó a Vietnam del Norte y que finalizó hace ahora 38 años.
Desde el punto de vista de la presentación, nada que achacar. Grandes filetes blancos, sin piel, espinas ni desperdicio, fáciles de cocinar y de sabor digamos que “correcto” (no me gustaría opinar en cuestión de paladares). Desde el punto de vista de su competitividad de mercado, su precio resulta sencillamente inigualable.
Quizás por esta última razón las principales reclamaciones se han presentado desde el sector pesquero nacional y distintas cooperativas de armadores, que atribuyen elevados niveles de contaminación tanto biológica (bacterias) como química (pesticidas, metales pesados, etc.), atribuibles al caldo de cultivo en el que nada el Bassa Pangasius.
Lo cierto es que distintas baterías y pesticidas fueron detectadas en varios análisis, justificando en parte el alarmismo creado en torno a esta variedad importada.
Ante estos datos, la OCU recomendó no consumir panga más de una vez en semana (especialmente en el caso de menores).
Por otro lado, la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) en la línea de la máxima autoridad europea (EFSA), emitió en mayo de 2012 un comunicado en el que pretende tranquilizar a los consumidores más desconfiados y en el que asegura que no se identifican problemas de seguridad alimentaria para los consumidores, incluidos grupos vulnerables de la población como los niños.
¿Quién tiene razón? Nunca lo sabremos, pero, digo yo…… estando en un país rodeado de mar, ¿de verdad es necesario importar pescado de dudosa calidad para nuestros hijos?