Nada más que llegar a casa, la abuela echaba la leche recién ordeñada a un cazo grande y la ponía al fuego para que, y a poco que te descuidaras, alguien gritara: ¡¡Que se sale!! haciendo parecer que tenía vida propia.
Luego la retiraba del fuego y lista para beber.
Entonces nos limitábamos a beber una mezcla de agua y grasa ya que el mismo choque térmico que inactivaba las bacterias nocivas de la leche, acababa de paso con la flora láctica beneficiosa y con una buena cantidad de vitaminas.
Supongo que hemos pasado de tiempos en los que era un peligro potencial consumir la leche cruda sin hervir a otros en los que podemos dejar determinados yogures dos meses en medio del desierto sin que se alteren lo más mínimo; yo sinceramente me pregunto: ¿Estamos seguros de que se trata del mismo alimento?