¿Siente la necesidad de comer pan, pasta, popcorn, muffins, chocolate, patatas fritas y otros carbohidratos? ¿Quizá este usted en el grupo de personas que desean perder peso y les es prácticamente imposible? La respuesta puede estar en la clase de carbohidratos que usted consume. Una parte de la energía que obtenemos con los alimentos es utilizada para la reparación celular, reproducción celular y mantenimiento de las funciones corporales de los diferentes sistemas. La otra parte de la energía es depositada en forma de grasa en el tejido adiposo para futura utilización.
En condiciones normales, estos dos sistemas trabajan en armonía. Cuando comemos carbohidratos, estos se metabolizan y producen elevación de azúcar (glicemia) en la sangre. La hormona insulina es liberada al torrente sanguíneo, para llevar la glucosa a las células, producir energía, o almacenar la energía no utilizada en el tejido adiposo (graso).
Una vez completado el ciclo, los niveles de insulina en sangre “caen” y una segunda hormona llamada glucagon entra en acción para “gastar” la energía depositada en forma de grasa en las necesidades del organismo. Estos dos sistemas tienen que trabajar en balance.
El problema es que estas dos hormonas no siempre actúan en balance y el exceso de la insulina puede limitar la salida de glucagon.
Cuando los niveles de insulina continúan elevados en la sangre, los órganos y músculos se defenderán creando la condición llamada “resistencia a la insulina”, la glucosa no llegará adecuadamente a los órganos y el músculo y el exceso de glucosa en la sangre, será convertida en grasa (la persona ganará peso). Este es el círculo vicioso de la adicción a los carbohidratos que es imposible de quebrar sin un entendimiento del padecimiento.
Aproximadamente el 75% de las personas con exceso de peso y el 40% de las personas con peso normal son adictas a los carbohidratos. Miles de personas son adictas a los carbohidratos y su problema no es reconocido, diagnosticado o tratado.
El paciente con adicción a los carbohidratos, sentirá hambre rápidamente después de comer, porque los niveles de azúcar son “barridos” de la sangre por el exceso de insulina. Se puede producir “hipoglucemia” que inducirá a la persona a comer de nuevo y continuar el círculo vicioso.
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