La Muerte no existe

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En estos días de celebración en la tradición cristiana de los que ya partieron a otras dimensiones, cuando los cementerios se llenan de visitas y de flores, cuando para algunas personas el recuerdo del ser querido se hace más presente; es un buen momento para recordar lo que la médico y psiquiatra suiza, Elizabeth Kübler-Ross, declaraba sobre la muerte.

la muerte no es un fin, sino un radiante comienzo.

La Dra. Kübler-Ross trabajó en cuidados paliativos con personas moribundas, les ayudaba a afrontar el fin de su vida con serenidad y hasta con alegría.

Fue una de las pioneras en investigar las experiencias cercanas a la muerte. Estudió miles de casos de personas que habían sido declaradas clínicamente muertas y volvieron de nuevo a la vida.

Estos estudios recogían casos de personas de diferentes países, de diferentes edades –  la más joven tenía 2 años y la mayor 97 años -, de diferentes razas y religiones; y concluyó que SÍ existe vida después de la muerte.

El artículo “Elizabeth Kübler-Ross: La connotada científica que confirmó que sí existe el Más Allá” ofrece información de quién era esta extraordinaria mujer y ejemplos de sus estudios, y me parece que ofrece consuelo y esperanza no sólo ante el vacio de la persona querida que se ha ido sino para cómo vivir nuestra propia vida.

Cuando Elizabeth Kübler-Ross se encontraba en su lecho de muerte y le preguntaron si le temía a la muerte, ella respondió,

“No, de ningún modo me atemoriza; diría que me produce alegría de antemano. No tenemos nada que temer de la muerte, pues la muerte no es el fin sino más bien un radiante comienzo. Nuestra vida en el cuerpo terrenal sólo representa una parte muy pequeña de nuestra existencia. Nuestra muerte no es el fin o la aniquilación total, sino que todavía nos esperan alegrías maravillosas.

Aquí van algunos extractos del artículo

Elizabeth Kübler-Ross: La connotada científica que confirmó que sí existe el Más Allá

Elizabeth Kübler-Ross
El primer caso que me asombró fue el de una paciente de apellido Schwartz, que estuvo clínicamente muerta mientras se encontraba internada en un hospital. Ella se vio deslizarse lenta y tranquilamente fuera de su cuerpo físico y pronto flotó a una cierta distancia por encima de su cama.

Nos contaba, con humor, cómo desde allí miraba su cuerpo extendido, que le parecía pálido y feo. Se encontraba extrañada y sorprendida, pero no asustada ni espantada.

Nos contó cómo vio llegar al equipo de reanimación y nos explicó con detalle quién llegó primero y quién último. No sólo escuchó claramente cada palabra de la conversación, sino que pudo leer igualmente los pensamientos de cada uno. Tenía ganas de interpelarlos para decirles que no se dieran prisa puesto que se encontraba bien, pero pronto comprendió que los demás no la oían.

La señora Schwartz decidió entonces detener sus esfuerzos y perdió su conciencia. Fue declarada muerta cuarenta y cinco minutos después de empezar la reanimación, y dio signos de vida después, viviendo todavía un año y medio más. Su relato no fue el único. Mucha gente abandona su cuerpo en el transcurso de una reanimación o una intervención quirúrgica y observa, efectivamente, dicha intervención.

La doctora Kübler-Ross añade que otro caso bastante dramático fue el de un hombre que perdió a sus suegros, a su mujer y a sus ocho hijos, que murieron carbonizados luego que la furgoneta en la que viajaban chocara con un camión cargado con carburante.

Cuando el hombre se enteró del accidente permaneció semanas en estado de shock, no se volvió a presentar al trabajo, no era capaz de hablar con nadie, intentó buscar refugio en el alcohol y las drogas, y terminó tirado en la cuneta, en el sentido literal de la palabra.

Su último recuerdo que tenía de esa vida que llevó durante dos años fue que estaba acostado, borracho y drogado, sobre un camino bastante sucio que bordeaba un bosque. Sólo tenía un pensamiento: no vivir más y reunirse de nuevo con su familia. Entonces, cuando se encontraba tirado en ese camino, fue atropellado por un vehículo que no alcanzó a verlo. En ese preciso momento se encontró él mismo a algunos metros por encima del lugar del accidente, mirando su cuerpo gravemente herido que yacía en la carretera. Entonces apareció su familia ante él, radiante de luminosidad y de amor. Una feliz sonrisa sobre cada rostro. Se comunicaron con él sin hablar, sólo por transmisión del pensamiento, y le hicieron saber la alegría y la felicidad que el reencuentro les proporcionaba.

El hombre no fue capaz de darnos a conocer el tiempo que duró esa comunicación, pero nos dijo que quedó tan violentamente turbado frente a la salud, la belleza, el resplandor que ofrecían sus seres queridos, lo mismo que la aceptación de su actual vida y su amor incondicional, que juró no tocarlos ni seguirlos, sino volver a su cuerpo terrestre para comunicar al mundo lo que acababa de vivir, y de ese modo reparar sus vanas tentativas de suicidio.

Enseguida se volvió a encontrar en el lugar del accidente y observó a distancia cómo el chofer estiraba su cuerpo en el interior del vehículo. Llegó la ambulancia y vio cómo lo transportaban a la sala de urgencias de un hospital.

Cuando despertó y se recuperó, se juró a sí mismo no morirse mientras no hubiese tenido ocasión de compartir la experiencia de una vida después de la muerte con la mayor cantidad de gente posible.

… Una de mis enfermas que sufría esclerosis y que sólo podía desplazarse utilizando una silla de ruedas, lo primero que me dijo al volver de una experiencia en el umbral de la muerte fue: Doctora Ross, ¡Yo podía bailar de nuevo!, o niñas que a consecuencia de una quimioterapia perdieron el pelo y me dijeron después de una experiencia semejante: Tenía de nuevo mis rizos. Parecían que se volvían perfectos.

Muchos de mis escépticos colegas me decían: Se trata sólo de una proyección del deseo o de una fantasía provocada por la falta de oxígeno. Les respondí que algunos pacientes que sufrían de ceguera total nos contaron con detalle no sólo el aspecto de la habitación en la que se encontraban en aquel momento, sino que también fueron capaces de decirnos quién entró primero en la habitación para reanimarlos, además de describirnos con precisión el aspecto y la ropa de todos los que estaban presentes.

La muerte no existe

La doctora Kübler-Ross aseguró que después de investigar estos casos concluyó que la muerte no existía en realidad, pues ésta sería no más que el abandono del cuerpo físico, de la misma manera que la mariposa deja su capullo de seda.

Ninguno de mis enfermos que vivió una experiencia del umbral de la muerte tuvo a continuación miedo a morir. Ni uno sólo de ellos, ni siquiera los niños…

La luz al final del túnel

La doctora Kübler-Ross explicó que después que abandonar el cuerpo físico y de reencontrarse con aquellos seres queridos que partieron y que uno amó, se pasa por una fase de transición totalmente marcada por factores culturales terrestres, donde aparece un pasaje, un túnel, un pórtico o la travesía de un puente. Allí, una luz brilla al final.

Y esa luz era más blanca, de una claridad absoluta, a medida que los pacientes se aproximaban a ella. Y ellos se sentían llenos del amor más grande, indescriptible e incondicional que uno se pudiera imaginar. No hay palabras para describirlo.

Cuando alguien tiene una experiencia del umbral de la muerte, puede mirar esta luz sólo muy brevemente. De cualquier manera, cuando se ha visto la luz, ya no se quiere volver. Frente a esta luz, ellos se daban cuenta por primera vez de lo que hubieran podido ser. Vivían la comprensión sin juicio, un amor incondicional, indescriptible. Y en esta presencia, que muchos llaman Cristo o Dios, Amor o Luz, se daban cuenta de que toda vuestra vida aquí abajo no es más que una. Y allí se alcanzaba el conocimiento. Conocían exactamente cada pensamiento que tuvieron en cada momento de su vida, conocieron cada acto que hicieron y cada palabra que pronunciaron.

En el momento en que contemplaron una vez más toda su vida, interpretaron todas las consecuencias que resultaron de cada uno de sus pensamientos, de sus palabras y de cada uno de sus actos. Muchos se dieron cuenta de que Dios era el amor incondicional.

Después de esa revisión de sus vidas ya no lo culpaban a Él como responsable de sus destinos. Se dieron cuenta de que ellos mismos eran sus peores enemigos, y se reprocharon el haber dejado pasar tantas ocasiones para crecer. Sabían ahora que cuando su casa ardió, que cuando su hijo falleció, cuando su marido fue herido o cuando sufrieron un ataque de apoplejía, todos estos golpes de la suerte representaron posibilidades para enriquecerse, para crecer.

La especialista, en este punto, hizo una recomendación a todos aquellos que sufren el trance de tener cerca a algún ser querido a punto de morir. Deben saber que si se acercan al lecho de su padre o madre moribundos, aunque estén ya en coma profundo, ellos oyen todo lo que les dicen, y en ningún caso es tarde para expresar lo siento, te amo o alguna otra cosa que quieran decirles. Nunca es demasiado tarde para pronunciar estas palabras, aunque sea después de la muerte, ya que las personas fallecidas siguen oyendo. Incluso en ese mismo momento se pueden arreglar asuntos pendientes, aunque éstos se remonten a diez o veinte años atrás. Se pueden liberar de su culpabilidad para poder volver a vivir ellos mismos.

Me gustaría compartir la maravillosa experiencia que viví con mi padre hace unos meses cuando ya se estaba yendo de este plano.

Llevaba días donde se iba debilitando más y más, pero permanecía tranquilo y hasta mostraba signos de humor cuando se le hablaba.

El día antes de su muerte los rasgos de su rostro los noté diferentes, estaban más afilados, y había oído que eso es señal de que la muerte está cerca. Me senté a su lado cogiéndole la mano y me quedé dormida.  Cuando me desperté sentí una paz y una serenidad indescriptibles, jamás me había sentido así.  Sentí que esa paz me la había transmitido mi padre, y me sentí muy feliz por él y enormente agradecida por ese regalo que me había dado.

Desgraciadamente este estado duró sólo unos días, imagino que el día a día es tan denso que mantenerse en ese estado tipo zen es difícil de mantener, al menos yo no pude, pero lo que sí ha permanecido es la enorme gratitud y amor que siento cada vez que pienso en mi padre.

Había leído a Brian Weiss, otro médico psiquiatra que estudió experiencias cercanas a la muerte, describrir experiencias de personas que habían acompañado a la persona que se iba en parte del trayecto hacia la luz, donde aquí aparecían seres queridos e incluso sus mascotas a darle la bienvenida, y aquí el acompañante regresaba.

Yo deseaba experimentar esto con mi padre, pero como no vi nada creí que no había sido posible acompañarle, sin embargo luego me di cuenta que sí le había acompañado, pero en lugar de ver yo sentí el viaje, y verdaderamente ahora ya no es cuestión de si creo o no creo estos testimonios de vida después de la muerte, de que volvemos a casa como seres divinos y totales que somos, de que seguimos viviendo pero en otras frecuencias; ahora lo sé, no con el intelecto sino con el corazón.

Como dice Emilio Carrillo, que por cierto recomiendo totalmente su blog, El Cielo en la Tierra, nuestra alma es el conductor en este coche que llamamos cuerpo, y el desencarnar o morir sólo significa que el conductor ya no está al volante, ya no necesita el coche para moverse, se mueve por otros medios.

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