Juan Martín Posadas, un guerrero de mar

Todos lo llaman “Juancho” y saben que es un hombre divertido con una gran pasión: surfear. Juan Martín Posadas nació en Montevideo (Uruguay) y en 2017 cumple 43 años, vividos intensamente. Su gran afición por el surf nació cuando él tenía 14 años. Era un tiempo en el que vivía en Carrasco, una zona exclusiva de la ciudad, y pasaba el tiempo yendo de aquí a allá en bici para ver si había olas.

Juancho siempre ha sido un deportista consumado. Desde muy chico se involucraba en todo lo que le exigiera destrezas físicas. Adoraba el fútbol. Literalmente pasaba todo el día con la pelota en los pies y jugaba adelante, de 9 o de 11. Era bueno y más de una vez coqueteó con el profesionalismo. A su familia le parecía maravilloso que practicara deportes, pero jamás iban a permitir que se dedicara a ellos en forma profesional. “Primero el estudio”, le repetían.

Juan Martín entró a estudiar derecho solo para darse cuenta de que la abogacía no era lo suyo. Duró solamente un par de años en la facultad. En aquel tiempo puso un bar que, a la larga, solo funcionaba como un dispositivo temporal. Tan pronto lograba reunir una buena suma de dinero, salía de viaje buscando las olas. Se volvió un trotamundos. Estuvo en lugares como Brasil, Colombia, México, España, Australia y Hawái, entre otros. Todavía tiene pendiente un viaje a Indonesia.

Al mismo tiempo, practicaba todo tipo de deportes: tenis, baloncesto, polo, rugby, sky, kayak, squash y buceo. También se hizo comentarista deportivo en El Gráfico y El Espectador. Lo que mejor le iba era el rugby y el fútbol. El surf, en cambio, lo hacía sentirse torpe. Pese a ello, era lo que más le divertía. Para él era, y es, una experiencia casi mística.

Un cumpleaños que cambió su destino

El 19 de noviembre de 2004 Juancho estaba cumpliendo 30 años. Se fue a celebrarlos en Punta Colorada (Maldonado, Uruguay) como a él le gustaba: surfeando. Estaba en el mar, jugando y peleando contra las olas, cuando de pronto sintió un golpe fuerte en la nuca. Lo primero que experimentó fue algo como una descarga eléctrica por todo el cuerpo. Luego, se dio cuenta de que no podía moverse.

Pensó que todo pasaría en unos cuantos segundos, pero no fue así. Flotaba, pero no sentía el cuerpo. Los dos amigos con los que había ido a Punta Colorada estaban lejos de allí. Comenzó a tragar agua. En apenas un segundo, entendió que si quería seguir con vida, debía luchar. Notó que no podía mover las manos, pero sí los brazos. Así que comenzó a empujarse, como podía, con los brazos en arco frente a él.

Por fin, una ola lo arrojó a la playa. Sintió la arena y después vio que su perro se aproximaba, pero solo se limitó a observarlo. Juancho respiraba con cuidado, porque todavía le llegaba agua a la boca y la nariz cuando las olas eran altas.

De pronto vio a un muchacho que lo observaba. Juancho le pidió que lo sacara y que le avisara a sus amigos. El chico no lo pensó ni un segundo y le ayudó. Juan Martín Posadas sabía que el hombre que había entrado esa tarde audazmente al mar, no era el mismo ser atribulado que estaba saliendo.

Una nueva vida

Juan Martín Posadas había sufrido un tipo de accidente que solo ocurre una vez entre cien millones de casos. No se había golpeado. Simplemente había entrado al agua en un ángulo muy extraño. Como ya había sufrido un golpe, un año antes, en la misma zona del cuerpo, todo confluyó. Se rompió la médula sin haber impactado contra algún objeto. Lo único cierto es que ahora tenía prácticamente todo su cuerpo paralizado.

Comenzó entonces una larga recuperación. Este guerrero del mar se enfrentaba ahora a batallas que nunca antes había asumido. No fue inferior al reto. Paso a paso, día a día fue avanzando. Primero pudo respirar sin ayuda. Luego, gracias a su impresionante fuerza de voluntad, logró ir recuperando todo lo que podía recuperase. Al final, aprendió a movilizarse en silla de ruedas y a hacer algo que había practicado muy poco: dejarse ayudar.

Volvió a la casa de sus padres y se apoyó en cada palabra de aliento, en cada gesto de afecto. Poco a poco fue recuperando la fuerza para continuar con su vida. Llegó un punto en que se sintió capaz de vivir solo y se mudó.

También llegó un punto en que vio un camino para volver a su pasión de siempre: el surf. Educó de nuevo su cuerpo y consiguió una tabla con motor. Volvió a jugar con las olas en Santa Mónica (California, USA) y otra vez se sintió libre, pleno feliz. Era otra vez él mismo.

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