El día que decidí abandonar la manada y empezar mi propio camino

A menudo traigo autores invitados que te cuentan su historia de reinvención profesional, y yo que tengo para contar dos libros, te he mostrado pinceladas de cómo fue mi historia, pero nunca he contado los detalles que me llevaron a esa decisión.

Lo recuerdo como si fuera ayer.

Fue el 9 de Julio de 2013.

Me encontraba delante de la pantalla de mi ordenador, mirando el email en el que comunicaría mi dimisión.

Mi dedo planeaba nervioso sobre la tecla de intro que no terminaba de pulsar…

Aunque lo había pensado mil veces estaba acojonado: dejar mi trabajo significaba avanzar hacia un futuro incierto y admitámoslo, ¿a quién no le preocupa no saber cómo va a ganarse la vida?

Por entonces no me podía ni imaginar que hoy estaría aquí sentado, plácidamente escribiéndote la historia de cómo dejé mi trabajo para reinventarme profesionalmente por completo y vivir de algo que verdaderamente me apasiona.

Pero antes de empezar ponte cómod@, coge un café y tómatelo conmigo mientras te cuento la historia desde el principio.

Mis comienzos en Turquía

A finales de 2008 aterricé por primera vez en Turquía para empezar una nueva etapa profesional.

Llevaba tiempo cansado y aburrido de la rutina de trabajo en Madrid y decidí que era hora de cambiar de aires.

Por entonces no había crisis económica por lo que ninguno de mis compañeros tenía la más mínima intención de moverse del sillón para irse a trabajar , nada menos, que a más de 3.000 kilómetros de distancia.

En los 5 años anteriores había visto como la mayoría se fue casando e hipotecando, como si fuera un plan programado por el que, antes o después, todos tendríamos que pasar.

Por alguna razón, yo siempre he huido de convencionalismos y mi intuición me decía que no hiciera nada de eso.

Sin saberlo, por aquel entonces ya sentía que tenía que reinventarme, pero como no tenía casi ninguno de los recursos de los que hoy dispongo (ni conocimientos), lo único que se me ocurrió fue irme a trabajar a otro país.

Sinceramente era algo que siempre había deseado, así que a mis 32 años decidí que no iba a dejar pasar la que podría ser mi última oportunidad.

ankara


Y allí estaba yo, en Ankara, una ciudad gris con una temperatura media en enero de -1 ºC, sin experiencia internacional, sin hablar ni una palabra de turco y sin más apoyo de mi empresa que un conseguidor local que me ayudaría en mis comienzos.

El reto era montar la sucursal de la empresa en Turquía y gestionar un proyecto con el que se pretendía abrir brecha en el país.

Lo primero fue encontrar casa, una oficina y contratar 3 ingenieros locales que me ayudaran.

Para mi sorpresa los ingenieros en Turquía cobran más que en España porque no hay demasiada oferta, por lo que el presupuesto sólo me dio para contratar a uno con experiencia.

Las obligaciones de trabajar lejos de las oficinas en Madrid se multiplicaban por 10: tenía que hacerme cargo de una oficina, enseñar a los nuevos ingenieros, lidiar con un cliente con el que nunca habíamos trabajado antes y todo ello con la complejidad que suponían las obvias diferencias de idioma y culturales.

Como resultado, pronto estaría trabajando más de 12 horas al día..

Primeros síntomas de estrés agudo

Pasó más de un año y lejos de mejorar la cosa empeoró considerablemente.

El proyecto avanzaba muy lentamente por causas externas a mi compañía y como consecuencia los plazos no se cumplían. Obviamente esto se tradujo en el cabreo del cliente final ante el peligro de no cumplir con la fecha política.

Tras esta situación, las presiones del cliente y después de llorar mucho se me permitió contratar un asistente que me ayudara.

Tuvo que pasar año y medio para que me proporcionaran un recurso básico para un profesional de mi categoría que llegaba a un nuevo país.

Para colmo la relación con la que era mi pareja se había vuelto insostenible y tras un periodo de idas y venidas y errores por parte de ambos, decidí terminar con aquello.

Este era el panorama: trabajaba literalmente como un cabrón y mi vida emocional estaba por los suelos.

Fue entonces cuando empecé a experimentar los primeros síntomas de estrés agudo y en una de mis visitas a España decidí visitar a un médico que me dijo lo siguiente:

Álvaro, el cuerpo te está mandando mensajes. Si tú no paras, él parará por ti.

Su diagnóstico, estrés laboral. Aún guardo la “receta” no oficial:

me-la-suda


Lees bien:

Hacer deporte

Poner orden en mi vida

Mejorar mi actitud usando dos fórmulas:
Que les den 250

Me la suda 500

O lo que es lo mismo, el mensaje era el siguiente:


Respeta tu vida personal y no permitas que tu trabajo te absorba por completo
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He de decir que jamás mostré este diagnóstico médico a mi empresa para solicitar mejora de mis condiciones o solicitar una baja laboral.

Sin duda, un error por mi parte.

Un analfabeto emocional jugando a la ruleta rusa

Soy una persona con una gran determinación a poner solución a problemas importantes así que decidí hacer lo que el médico me había recomendado de un modo tan contundente.

Así pues me obligué a hacer deporte de forma regular para controlar aquello.

Como por la tarde nunca sabía a qué hora saldría, me levantaba a las 6:00 de la mañana para estar en la piscina a las 6:30. De ese modo realizaba mi rutina antes de llegar a las 8:00 a la oficina.

También me apunté a un curso de Experto en Inteligencia Emocional, porque no tenía ni puñetera idea sobre mis emociones y algo en mi interior me decía:


Si no sé nada de mis emociones ¿cómo narices voy a gestionar bien mi vida?
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Este curso hizo que aprendiera muchas cosas sobre mí, me abrió muchísimo la mente y me hizo empezar a engancharme al mundo del Desarrollo Personal.

Con respecto a lo laboral intentaba irme antes a casa.

Pero era prácticamente imposible: el proyecto estaba en plena ebullición, tanto que no podíamos ya cumplir con los compromisos contractuales.

Esa situación me llevó a un secuestro y a acabar rindiendo cuentas delante del ministro de transportes turco, una historia digna de Hollywood que le conté en exclusiva a mis suscriptores wink

Por si no te has dado cuenta, estoy intentando decirte subliminalmente que si no te has suscrito aún a mi blog te estás perdiendo contenido muy exclusivo mrgreen (puedes resolver eso ahora mismo pinchando aquí)

Bueno que me enrollo. Prosigo.

Como consecuencia aquella circunstancia tuvimos que intensificar los trabajos, así que durante 5 meses estuve prácticamente “viviendo” en la obra.

Finalmente, y gracias al enorme esfuerzo de un equipo humano increíble, con un retraso de 3 meses sobre la fecha prevista se pudo inaugurar la línea.

Pero lejos de poder descansar, en pocos meses me llegaría un nuevo reto.

Una oportunidad única

Me quedaban apenas 6 meses de contrato y la idea de volver a España ya empezaba planear por mi cabeza. Entonces sucedió algo: mi empresa, en UTE con una importante constructora, fue adjudicataria del proyecto ferroviario más ambicioso que ha habido jamás en Turquía y, sin duda, uno de los más importantes en todo el mundo: el Marmaray.

A pesar de ser relativamente joven para el puesto, era el gestor en la empresa con mayor experiencia en Turquía, así que enseguida fui el nominado para llevar las riendas de ese nuevo reto.

No obstante, antes de dar este paso negocié la renovación de mi contrato de expatriación y puse unas condiciones muy exigentes.

Estaba muy quemado por todo lo que te he ido contando y no estaba dispuestos a seguir sin cambios en esas condiciones.

El 90% de mis peticiones fueron aceptadas, lo que significó que pasé a ser gerente de proyectos y cobrar (con todos los beneficios incluídos) más de 5 cifras al mes.

Sinceramente no recibí la noticia con la alegría de alguien que da un importante salto profesional, sino más bien con la resignación de quien tiene la obligación de no dejar pasar una oportunidad como esa.

¿Quién podía resistirse a ser Gerente de una importante multinacional, liderar uno de los contratos más ambiciosos del sector y, por supuesto, ganar una pasta gansa?

¡¡Me hacían hasta entrevistas!!

entrevista


Tenía el trabajo que toda madre quiere que tenga el tipo que se vaya a casar con su hija bigsmile

Esta nueva situación significó un traslado rápido a Estambul: el proyecto empezaba con retraso y no había tiempo que perder.

Aprendiendo a gestionar una situación insostenible

Obviamente mi trabajo en Ankara no había terminado. Esto significaba que mientras comenzaba de cero con este nuevo reto, tenía que seguir trabajando también en mi anterior proyecto hasta que un sustituto viniera a tomar las riendas del mismo.

Eso tardó 6 meses en suceder, así que imagínate la situación:

Tenía que montar con urgencia un equipo nuevo, buscar una casa en Estambul y seguir con el proyecto de Ankara.

Mi vida transcurría trabajando de 8:00 a 22:00 en la nueva oficina para arrancar el proyecto. Después me iba al hotel a dormir y cuando llegaba el viernes por la noche, volaba a Ankara para trabajar allí el sábado y la mañana del domingo en el proyecto anterior.

Mi sueldo había aumentado un 30% pero mi trabajo se había multiplicado prácticamente por dos…

ponencia


Como consecuencia mis ataques de estrés no mejoraron si no que fueron haciéndose cada vez más agudos.

Finalmente en mayo de 2012 conseguí deshacerme por completo de mis obligaciones en Ankara y decidí buscarme una ocupación fuera de la oficina, para no estar todo el día metido en aquello.

Así pues, me apunté a una formación como Experto en Coaching, algo que me hacía sentir animado y motivado, al tiempo que me ayudaba a buscar una salida a mi situación de bloqueo personal.

A esa formación siguieron Mindfulness y PNL y poco a poco sentí cómo aquello iba más allá de la mera curiosidad. Mi interés inicial por el Desarrollo Personal terminó por convertirse en mi pasión.

Con el Mindfulness aprendí a meditar y cada mañana practicaba 15 minutos, algo que me ayudó a apaciguar el estrés.

Contraté los servicios de Raimon Samsó como coach personal para que me ayudara a salir de mi situación y para completar me apunté a yoga, algo que no gustó demasiado a mis jefes porque significaba que me iba de la oficina a las 19:00 de la tarde 3 veces por semana.

Pero por entonces yo ya me tomaba a diario mi dosis de Melasuda y tenía muy claro qué era lo importante para mi vida.

Hacer todo esto evitó, probablemente, que acabara en el hospital con un cuadro importante de ansiedad o incluso quién sabe si con una angina de pecho. Sin embargo, obviamente, no logró eliminar el problema.

¿Somos gilipollas o qué?

Por aquellas fechas, el grupo multinacional al que pertenecía mi empresa fue vendido a otra multinacional por una billonada (sí con B). La noticia en los medios indicaba que la operación. serviría para pagar el déficit de las pensiones y un pico importante en dividendos a los accionistas del grupo.

Expresado en otras palabras, del modo más objetivo que se me ocurre y tratando de contener mi ironía: me estaba dejando los cuernos para que una panda de viejos y unos ricachones, a los que le importaba un carajo mi vida y mi trabajo, vivieran de puta madre.

Para colmo, en las auditorías de los proyectos más importantes que ajustarían el precio final de venta, nos hacían mostrar la información de la manera que más interesaba a aquellos que nos vendían.

Cada uno que saque sus propias conclusiones.

La mía fue que estaba haciendo el gilipollas, y que no estaba dispuesto a seguir las reglas de un juego que estaba llenando los bolsillos a unos pocos a costa de jodernos la vida a los demás.

A esas alturas lo único que me motivaba a ir a trabajar cada día era mi gente: el equipo que habíamos creado era extraordinario y sin duda era un placer trabajar cada día con ellos.

La gota que colmó el vaso

El proyecto seguía su ritmo. La presión cada vez era mayor, algo que nos llevó a tener reuniones mensuales con el ministro. A menudo teníamos que esperarlo horas y horas para poder reunirnos con él los viernes por la tarde o a lo largo del fin de semana.

También se nos obligó a firmar un pacto de sangre, a través del cual el Director General de DLH, comprometió a los jefes de proyecto de todas las partes involucradas, a saltar del puente del Bósforo si no se cumplía con la fecha contractual. Para demostrar la seriedad del compromiso con dicho documento, él mismo la firmó con su propia sangre.

Increíble pero cierto.

La tensión se cortaba en el ambiente: japoneses, coreanos, británicos, turcos, españoles… todos estábamos sometidos a la presión aplastante de cumplir con un objetivo verdaderamente complicado.

Yo, después de la noticia de la adquisición, ya había decidido que presentaría mi dimisión al finalizar el año. Sería dos meses más tarde de la inauguración del tramo más importante del proyecto: el túnel bajo el Bósforo.

Sin embargo, ocurrió algo que precipitó mi decisión y acabé haciéndolo poco antes de dicha inauguración.

No voy a decir el qué porque es información sensible que considero que no debo desvelar, pero sí os diré que fue algo que me obligó a sobrepasar en mucho el límite de mis valores personales y que pudo haber tenido una seria repercusión en mi integridad personal: si los acontecimientos hubieran sido ligeramente diferentes podría haber terminado en una cárcel turca.

Si quieres tener una ligera idea de qué significa eso, puedes ver la película “El expreso de medianoche”.

Entonces, tras un fin de semana de auténtico caos emocional, decidí que no merecía la pena seguir allí ni un segundo más. Era un profesional con una gran reputación, muy valorado y que tenía otras oportunidades profesionales.


¿Merece la pena seguir en un pozo en el que nadie te ha obligado a meterte?
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No sabía con seguridad qué hacer con mi vida, pero sí tenía claro que no estaba dispuesto a aceptar aquella situación.

Fue entonces cuando decidí presentar mi carta de dimisión.

El adiós a una etapa de mi vida

Al mes de aquello salía por la puerta del que había sido mi despacho, dejando las llaves del que había sido mi coche.

yo-marmaray
Lo último que le pedí a mi asistente fue que me dijera dónde podía coger el autobús para ir a una inmobiliaria donde buscar una nueva casa que alquilar, esta vez de mi bolsillo.

Me emocioné al despedirme de mi equipo pero no sentí pena por dejar atrás todo aquello. Al contrario, experimenté una inmensa liberación por saber que ya todo había terminado.

Me emociono ahora, porque sin duda me doy cuenta del valor que tuvo aquella decisión: dejar una multitud de comodidades y tu estatus a un lado por un futuro incierto sin duda no es nada fácil.

Finalmente a pesar de tener oportunidades profesionales, decidí que cambiar de empresa no era lo que quería en mi vida, que era tiempo de descansar, de parar y reflexionar para encontrar un modo de no depender de otros para ganarme la vida.

Se presentaba por tanto otro gran reto: salir de la incertidumbre de qué hacer con mi vida.

Pero se nos está haciendo tarde. Si te parece lo dejamos para el café de la próxima semana.

Te contaré entonces cómo logré descubrir a qué dedicarme, cómo pasé de no saber absolutamente nada sobre las posibilidades de montar un negocio por internet, a ganarme la vida con ello y todos los problemas que tuve que superar para lograrlo.

Hasta entonces…


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