Cambiar de ciudad, de país nos lleva a perder el contacto habitual con nuestras amistades, a no poder contar con el apoyo directo de nuestras familias; a no poder establecer lazos afectivos duraderos.
2º.- Una pérdida afectiva.
El divorcio, la muerte de los padres, de algún ser querido a quien estábamos muy unidos. Aunque una pérdida afectiva se puede superar y generalmente el vacío que deja esa pérdida se va reemplazando, esta forma de soledad afecta especialmente en la vejez porque poco a poco nuestras relaciones van desapareciendo y es más difícil crear otras nuevas.
3º.- La vida en la gran ciudad, donde las relaciones interpersonales son más frías, más superficiales. Aunque los núcleos de población son más grandes, al final acabamos limitándonos a grupos más reducidos formados por aquellos con quienes tenemos algo que compartir.
4º.- El auge de valores como el individualismo y la competitividad.
La soledad del triunfo, del jefe que no sabe asimilar el éxito y se convierte en un déspota y un engreído y acaba siendo abandonado por quienes le rodean, o la soledad del que no es capaz de integrarse en el equipo porque no sabe aceptar el triunfo ajeno.
Otras veces simplemente es el exceso de trabajo el que nos lleva a la soledad por no ser capaces de encontrar un hueco para dedicar a las amistades.
imágenes: www.adarvephotocollage.com, retoque fotográfico
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